Mi viejo amigo de provincias, el señor D’Hont

congreso diputadosHablar de datos macroeconómicos, del Euro, del IBEX, de nuestra querida prima de riesgo, de Moody’s, de recortes, de lo que cobran los políticos, de los chuches y de todo aquello relacionado con la economía, parece que debería ser lo que está de candente actualidad. Sin embargo, quiero hablar de política pura y dura. Quiero recordar que algunos de los mayores cambios políticos, logros y aberraciones de la Historia han venido siempre precedidos de calamitosas situaciones económicas. Ya sea la Revolución francesa, la americana, la rusa o el ascenso de Hitler, fueron consecuencia de la carestía del pueblo.

Por ello no debemos olvidarnos del fino hilo en el que nos balanceamos. Es el momento de decidir si creemos que una política democrática y socialmente justa puede solventar nuestros problemas, o si bien lo que hace falta es una mano de hierro que reordene nuestra sociedad.

Nunca me decantaré por la imposición. Salvo el utópico caso del clásico Cincinato, un agricultor romano al que le nombraron Dictator para salvar la Ciudad de los enemigos internos y externos, y que a los dieciséis días abandonó su cargo al haber resuelto los problemas que le habían encomendado; en general el poder corrompe, y cuesta dejarlo. Se cometen atropellos e injusticias en aras de la seguridad. Se reprime al pueblo y se beneficia a una élite, sea del tipo que sea.

Por tanto creo que es el momento perfecto para profundizar en una verdadera democracia, un auténtico Estado social y de Derecho, tal y como propugna nuestra sobrestimada Constitución.

El primer y principal paso, a la par del más complicado, sería un cambio en el Sistema Electoral. El sistema por el que nos regimos ya nació viciado. Como ya he explicado en otras ocasiones, nuestra amada Transición a la democracia fue un proceso muy limitado e inconcluso. Para conseguir gobiernos estables y con capacidad de decisión, se optó por un modelo en el cual los partidos mayoritarios eran los más beneficiados, junto con los regionalistas, pero eso es otra historia.

Nos encontramos con un sistema bicameral (Congreso y Senado), claramente desequilibrado en favor del Congreso. Este mismo y en líneas muy generales se rige por el art. 68 de la CE, en el cual lo único que se especifica es que la circunscripción electoral es la provincia y que se elegirá a sus miembros en base a un criterio proporcional dentro de la misma. Este criterio proporcional se llama sistema D’Hondt, y favorece a los partidos más votados en cada provincia; haciendo que en la mayoría de estas los partidos pequeños no aspiren a sacar ningún diputado y que si decides votar a un tercer partido, lo haces a sabiendas de que es tirar tu voto a la basura (IU y UPyD).

Ésta situación resulta aún más sangrante cuando, si seguimos leyendo la CE, vemos en el art.69 que el Senado es la cámara de representación territorial.

Entonces, y aquí llega el meollo del asunto, ¿por qué existiendo una cámara de representación territorial, la circunscripción a la otra, la importante, se hace también en base a un criterio territorial y no directo?

Algún erudito, junto con algún afiliado al PP o al PSOE os dirá que para asegurar la estabilidad del Gobierno y de sus decisiones. Sin embargo la respuesta es otra. Es para perpetuar un sistema bipartidista de alternancia, favorecer las mayorías absolutas y alejara la demos del cratos.Tener una democracia representativa en la cual una vez que has votado, no es que puedas desentenderte de la política, sino que ya no puedes hacer nada más.Te venderán que hay resortes como la iniciativa popular o el Defensor del Pueblo. Mentira podrida. Tu papel en esta democracia ha terminado hasta dentro de cuatro años. Sirve para darles legitimidad, bailarles el agua y seguirles la comparsa.

En un sistema en el que mi voto fuese directamente a elegir a un diputado nacional, en vez de a uno provincial, es probable que saliesen más opciones políticas. Que se tuviese que llegar a acuerdos y consenso. Que no se pudiese gobernar a base de decretazos, prescindiendo del programa electoral, saltándosele a la torera, en definitiva una democracia más directa y con una representatividad más real.

Sin embargo, tal y como están las cosas, es imposible que se produzca este cambio. No interesa ni al partido en el poder, ni al partido en la oposición. Mucho menos interesa a los partidos nacionalistas o regionalistas, que verían mermadas sus aspiraciones e influencia en el Congreso. Y un cambio así da vértigo e inseguridad a los ciudadanos. Por eso creo que es el momento para que esto ocurra. Porque más vértigo e inseguridad que por lo que estamos pasando, no da nada.

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