La detención de Julian Assange ha puesto de manifiesto la incomodidad que para la geopolítica mundial ha supuesto la revelación de cables y más cables procedentes del Departamento de Estado norteamericano. Todo lo que salía de la Casa Blanca era, ora evidente ante los ojos de la opinión pública (“Gaddaffi es un hipocondríaco”), ora pura intuición diplomática (“José Blanco no mira a los ojos de sus interlocutores, no es de fiar”), ora revelaciones de alto salón (“Arabia Saudí busca una rápida intervención en Irán, antes de que el régimen de los ayatollás sea nuclear”).
En cualquier caso, los 250.000 cables salidos, o con destino, Washington ponen de manifiesto la obsesión de los sucesivos gobiernos estadounidenses por conocer cualquiera de los aspectos bajo los que se mueven los hilos de la política global. Ese síndrome bajo el que, tras los atentados del 11 de septiembre, EEUU ha buscado hilar los elementos que forman parte de la geopolítica. Demasiados intereses. Pero también demasiados miedos para que el puzzle político se venga abajo.
El instigador de esos miedos es Julian Assange, quien ha filtrado a todo el mundo, no sólo las suposiciones sobre determinados líderes políticos, sino también actos posados sobre la diplomacia silenciosa bajo la que se mueven los estrategas del Departamento de Estado. Ahora Julian Assange está acusado de presunto acoso sexual por parte de las autoridades suecas, leiv motiv por el que el circo mediático de wikileaks ha alcanzado niveles extraordinarios de seguimiento y opinión. Entre tanto las voces contra su figura, y a favor de su aprensión, no han faltado. Desde el secretario de Defensa estadounidense, Robert Gates, hasta los cuerpos diplomáticos occidentales han aplaudido que Assange esté bajo custodia judicial.
Julian Assange deberá ser condenado si las acusaciones que contra él pesan son ciertas. Pero, la cuestión debería radicar en los motivos que han llevado a buscar contracorriente que el mensajero calle. La revelación de los secretos de Estado nos dan la idea, no tanto de cómo funciona la pesada burocracia diplomática, sino de la vulnerabilidad de dar luz a secretos funcionariales, tejidos bajo la tenue perspectiva de las embajadas.
La andanada de cables desvelados deberían enseñarnos que el top secret del cuerpo de embajadores ha quedado en evidencia, desnudo ante la interpretación del curioso. Las relaciones internacionales han quedado en evidencia. Pero en ese desnudo, también las relaciones internacionales han dado un gran paso al formar parte de este movimiento del conocimiento, al mostrarnos como se tejen las sociedades de la geopolítica: tan anheladas, pero también tan desangeladas. Como dos alphas chocando cuerno con cuerno.
Assange ya ha sido detenido. El mensajero ha callado, que no el mensaje. Los departamentos de Estado ya buscan nuevos candados.