Cojo el metro en Diego de León a las 9.15 para llegar de sobra a las 10:00 a.m. En el vagón hay gente variopinta, de clase baja, media y alta, y nos metemos todos en el metro. A medida que van avanzando las paradas me doy cuenta, no sé si por casualidad o no, que cuanto más cerca estamos de Legazpi menos gente queda en el metro, y la que queda es una gitana de ojos canelos que no para de mirarme. Comienza a ponerme nervioso. Al fin llegamos a mi destino y salgo del metro, para encontrarme con una plaza en la que da comienzo el paseo de las delicias, por el que tenía que subir.
Avanzo hacia arriba cabizbajo y pensativo, más que nada porque cada vez que alzaba la mirada no encontraba más que gente realmente desagradable, horriblemente fea y sosa, sin colorido, más chupados que lo que quedaba de Michael Jackson, y así no valía la pena seguir mirando hacia el frente… así que continué suspirando hacia arriba, en una preciosa mañana fastidiada por la desgraciada zona en la que me encuentro. Aquí ni el sol anima a las piedras de los edificios.
Llego a la calle Juan de Vera y tuerzo hacia la derecha, donde sabía que estaba la cárcel. Nada más torcer escucho a unas señoras en un portal quejándose de que siempre pasa lo mismo, “si no es uno es el otro” dice, mientras la otra asiente y yo me pregunto, ¿de qué rábanos estarán hablando?
Sigo hacia adelante y a lo lejos destaco a dos policías en un cruce de caminos, una ambulancia y un montón de ancianas comentando la jugada junto a la panadería. Al acercarme a ellas veo a un Guardia Civil a mi derecha, custodiando el supermercado que acababan de saquear supuestamente unos presos, tras haber roto completamente la cristalera de la entrada. No me hubiera sentido raro si no fuera por el hecho de que me estaba dirigiendo hacia la misma cárcel de la que los delincuentes provenían. Empezamos bien.
Pregunto al policía si sabe qué pasó y me dice que continúe por favor, que no meta donde no me llaman, y al ver que me doy la vuelta y toco el timbre de la cárcel se me queda mirando, mosqueado. “Ahora sospecha de mí”, pensé. Así que me apresuré a entrar en la boca del lobo, antes de que se complicaran todavía más las cosas.
Sin preguntar me abre la puerta un ciudadano de aspecto marroquí, que aprovecha para salir cuando yo me dispongo a entrar. ¿ Se estará escapando? Echo una primera ojeada y qué me encuentro? Un montón de presos! La puerta por la que entré daba paso a un garaje y a una pequeña plaza en la que grupos de presos realizaban todo tipo de tareas bajo vigilancia. Unos arreglando coches, otros limpiando, otros muchos reunidos en una esquina charlando y claro, nada más abrir la puerta todos se me quedan mirando como diciendo, ¿qué habrá hecho el pollaboba éste?
Tras pasar el primer momento de confusión, por no saber ni hacia dónde dirigirme, enfoqué hacia las oficinas del fondo, no sin antes oir algo que realmente me rompió el corazón…
Resulta que había un señor mayor de unos 70 años que venía desde el fondo con una carretilla cargada de cemento. El tipo estaba a gusto, sonriente, venía a carcajadas tras haber triunfado contando un chiste a sus compañeros de la esquina, y mientras se acercaba uno le da un toque en el hombro para atraer su atención y le dice con tono sarcástico : “Coño Manolete, pero todavía sigues aquí?”, a lo que respondió el pobre hombre diciendo: “joder, y lo que me queda”… con una mueca a medio camino entre la sonrisa y la lágrima, tras haber pasado de bromear con los colegas a recordar que todavía le quedan, no sé, diez años mínimo…
Esa frase hizo que se me pasara toda mi vida por delante. Me sentí tan mal al ver al hombrecillo diciendo eso, con esa cara de tristeza, allí en la cárcel, que decidí escribir aquí una entrada para advertir a los lectores de que sigan siendo buenos para no acabar en un sitio así. Creo que a mi también me ha venido bien. Nada mejor que ver la mierda en persona para saber cómo huele realmente.
He de admitir que me he dado cuenta de que no valdría para gobernar, soy demasiado blando. Me dio tanta pena toda aquella gente, sobre todo el ancianillo, que yo le hubiera dejado libre ipso facto, así, sin más, porque no sé qué habría hecho el tío pero se notaba de sobra que ahí el único que aportaba algo de buen ambiente era él, Manolete, el viejecillo de la cárcel de Victoria Kent, en Legazpi, Madrid.
BUen reportaje chacho….
Me ha gustado relativamente, algunas cosas mucho, como la narración, otras cosas sonaban un poco conservadoras.
Espero que esto sirva para que al menos la gente se conciencie de que si coges el coche pedo y te pillan, te multan, pero si te vuelven a pillar….a la cárcel. Y allí la gente es aún peor que en Legazpi jejeje.
Si te parece hago como tú, parecer que soy de izquierdas aún cuando no sólo trabajas para la derecha sino que eres uno más. Un burgués no puede ser de izquierdas, y menos un burgalés. Que si te apetezco moza…
Una cosa es ser de derechas y otra meterse con la gente sólo por ser de un barrio
Yo trabajo para el que me paga e intento que mis ideas no influyan en mi trabajo y viceversa, a eso se le llama ser profesional.
Lo que digo, tras releer el texto una vez más, es que parece que estás en un barrio más chungo de una ciudad del tercer mundo, en vez de Legazpi, un barrio popular de Madrid.
Sí, a veces hay que salpimentarlo, y eso lo sabes tú más que nadie. Sabes que te admiro como periodista, jamás diría lo contrario.
Bien entonces. La sal y la pimienta es la
mejor forma de aderezar la manera de narrar
una historia.
El que la hace la paga…..y solo te queda aprender la lección y no volver a cometer un delito menor.
La lección está aprendida… Gracias Gorgorito, eres de lo más agradable siempre!
A mi me ha parecido muy entretenido y muy bien escrito. De todas formas, si se me permite, como lector a mi me hubiera gustado saber a qué coño ibas a la cárcel.
Muy de acuerdo en todo.
Hablas de mi barrio como si nos conocieses a todos los que vivimos aqui y te equibocas Legazpi no es lo peor no como tu lo pintas 😉
Tienez razón, igual sólo fue un mal dia…
Ey Lules Legazpi…equivocas es con “V”