A veces Nápoles, a veces París, evoca a Madrid, recuerda a Río de Janeiro; Lisboa es un hervidero de gentes, culturas y sensaciones. La capital portuguesa, tan lejana pero a su vez tan cercana, ofrece al viajero una variedad de actividades y oportunidades que no dejarán de sorprender a nadie.
Lisboa, o mejor dicho su centro neurálgico es bastante asequible para el turista andador. Esto es, no hace falta el coche para nada. Lo mejor es olvidarse del vehículo privado y perderse por sus estrechas callejuelas para descubrir todo su sabor. En caso de vagancia extrema, hay un metro muy moderno y coqueto, taxis muy baratos e innumerables líneas de tranvía: desde el antiquísimo número 28, el que recorre el barrio de Graça hasta el Castelo de Sao Jorge. También tienen el moderno tranvía 15 que conecta la céntrica Plaza del Comercio con el barrio de Belem.
Lisboa se divide en varios distritos, cada uno con su encanto y muchas cosas que ofrecer:
Baixa: el centro histórico de Lisboa y posiblemente la única zona sin empinadas cuestas. Aquí se encuentran tres de las plazas con más solera de la ciudad: la del Comercio, la del Rossio y la del Municipio. Cafés, restaurantes, tiendas y bancos en el distrito institucional de Lisboa.
Tomando el famoso elevador de Santa Justa, un ascensor público y urbano que evita unas cuantas escaleras, se accede al Barrio Alto. El elevador es obra de un discípulo de Gustavo Eiffel y al montar en él os evocará a la misma Torre parisina.
Barrio Alto: la zona más Indie de Lisboa. Tiendas de ropa, galerías de arte y sobretodo zona de copas. Por la tarde se puede ir de tiendas o tomar un café. Posteriormente una cena típica portuguesa, rica en bacalao, arroz, alubias y carnes. A partir de aquí aflora toda las tribus urbanas de la capital lusitana. Las callejuelas se copan de gente guapa y los mojitos, caipirinhas y caipiroskas (bebida a partir de fresas naturales) junto a las dos cervezas más clásicas de Portugal: La Sagres y mi preferida, la Super Bock. Conviene terminar la fiesta en un mirador con una terraza desde donde contemplar todo Lisboa. Desde allí, se ve el Castillo de Sao Jorge, justo al otro lado de La Baixa.
En una de las 7 colinas de la ciudad, sí 7 como Roma, se sitúa el imponente Castillo de Sao Jorge, una fortaleza que domina la urbe y el estuario del Tejo, Tajo en castellano.
Para llegar al Castillo se puede acceder a través de la denominada Lisboa rompepiernas, un conjunto de calles sinuosas (algunas sin salida) y cientos de miles (casi literal) de escaleras que harán honor a ese nombre, rompepiernas, ganado a pulso. Aquí también se encuentra la Seo o Catedral, de la que cabe destacar sobretodo su estética robusta y su conjunto de vidrieras. Después de tanta visita conviene relajarse y recobrar fuerzas. Chapito es un restarurante terraza donde aparte de contemplar unas magníficas vistas de la ciudad, se puede cenar una fondue de carne o pescado y terminar tomando un mojito contemplando un concierto de jazz.
Otra forma de acceder a la zona alta es tomar el Tranvía número 28, el conocido como el más bonito del mundo. Sale del Barrio de Graça, el más multiétnico de Lisboa y accede al Barrio de Alfama, cuna del fado por sus estrechísimas rúas. Ojo con los carteristas y los llamados raterillos, niños que sin levantar un palmo del suelo pueden levantarte la cámara, reloj o lo que esté a la vista. Es mu llamativo la destreza con que se bajan estos raterillos de los tranvías eléctricos en marcha, dignos de Ciudad de Dios.
Conviene dedicar media jornada a visitar el barrio de Belem, sede del equipo de fútbol Os Belenenses, el hermano pobre olvidado frente a los dos colosos de la ciudad: Benfica y Sporting. Para llegar tomaremos el tranvía 15 en la Plaza del Comercio y en 20 minutos estaremos en Belem. Nada más bajarnos divisaremos a la derecha el majestuosos Monasterio de Los Jerónimos, una obra culmen del arte manuelino y gótico. Justo enfrente vale la pena gastarse dos euros en subir al Monumento de los Descubridores, con unas vistas maravillosa de Lisboa y del Puente 25 de Abril, fecha que conmemora la Revolución de Los claveles.
Posteriormente el viajero deberá dirigir sus pasos al monumento más famoso de Lisboa, la torre de Belem, antaño en medio del Tajo y actualmente en su margen derecha. La torre servía para proteger la entrada de la Bahía y atacar a cañonazos a los piratas que pretendían desvalijar a la joya del atlántico. Dos euritos para contemplar la torre, desde su bodega hasta la cima.
Después de tanto arte hay que descansar. En Belem hay numerosos restaurantes. Una sugerencia? Carne de jabalí a a la brasa con un buen vino tinto. También encontraremos justo antes de tomar el tranvía de vuelta al centro, la pastelería más famosa de Lisboa.
Desde la Baixa se puede tomar un metro (sólo son dos paradas y cuesta 80 céntimos) hasta la Plaza del Marqués de Pombal o bien caminar hasta ella por la avenida de la Libertad, la auténtica Castellana lisboeta. Así podremos comprobar la ampliación moderna de la ciudad, al estilo del Eixample barcelonés.
Vuelta al Barrio Alto a por más mojitos, caipirinhas, pinchos y cervezas. Si aún os quedan fuerzas se puede acudir a la discoteca más famosa de la ciudad, propiedad de John Malkovich. Se llama Lux y está a 10 minutos en taxi del Barrio Alto, ojito con los taxistas que son muy espabilados. Aquí se puede disfrutar hasta las 6 de la mañana de su suntuosa terraza, su lounge bar o la discoteca de techno y house para bailar hasta el amanecer.
Camino de España uno puede desviarse de la ruta para visitar El, PArque de las Naciones, sede de la Exposición Universal de 1998. Es recomendable subir a la torre Vasco de Gama y sobretodo atravesar el otro gran puente de la ciudad, también llamado Vasco de Gama. Una obra de ingeniería bestial y que si impresiona por su longitud y dimensiones, más aún si atraviesas al volante sus casi 12 kilómetros de longitud, lo que le convierte en el viaducto más largo de Europa.
Gran artículo y gran viaje!!!
Muy cierto, ciudad muy bonita, compañía agradable y demasiado alcohol.