Reciclo, luego existo

Desde que algunos meses atrás le llamaran la atención en un parque público por arrojar al césped la bolsa con la que envolvía su bocadillo de atún, Luis -mi vecino del segundo- ha tomado “conciencia de reciclaje”.

-“Oye, tu, ¿no sabes que el nylon tarda entre cuatrocientos y quinientos años en degradarse?”, le increpó un individuo que se identificó luego como miembro de la Asociación Amigos en Defensa de la Flora, la Fauna, Etc. (A.A.D.F.F.E).

Lo primero que Luis pensó al respecto fue que no tenía por qué preocuparse, ya que para ese entonces él estaría más degradado aún; pensamiento con el que mi vecino revelaba su falta de compromiso para con las causas medioambientales y su absoluta ignorancia acerca de uno de los temas que desvelan al ser humano de esta época. De modo que a partir de entonces -y de manera decidida- mi vecino buceó en las aguas no potables del medio ambiente, buscando contenidos que le aclarasen las ideas y lo pusieran al corriente de los procedimientos para “convertirse” al reciclaje.

Memorizados los tiempos del proceso de descomposición de cada elemento contaminante, el primer paso fue dejar de arrojar sus desperdicios a la vía pública. Meses más tarde -una vez aprendida ésta lección- comenzó con el segundo paso que ya no le resultó tan simple como el primero. “Vidrio en el contenedor verde, plástico y latas en el amarillo, papel y cartón en el azul, y marrón en el orgánico”, repetía haciéndose un lío con este último, mientras se dirigía hacia los recién instalados contenedores.

Con tanto contenedor -o con tanta conciencia de cuidado planetario- la fisonomía de las ciudades europeas ha cambiado notablemente en la última década. Los consejos y sugerencias han comenzado a hacerse ver en muchos rincones, aunque paralelamente algunos litorales han sido arrasados por el ladrillo con el consentimiento de las mismas autoridades que ahora instalan cada día un nuevo modelo de contenedor con el pretexto del ciudado planetario. Hace apenas unos años atrás, toparse medio dormido con uno de estos aparatos de reciclaje podía depararnos al menos un susto. Sin ir más lejos la abuela Luis, mi vecino, sufrió una descompensación la mañana que por primera vez se encontró con un contenedor de envases en la puerta misma de su casa. La anciana -que la noche anterior había estado viendo una peli de alienígenas- advirtió que curiosamente la nave espacial en la que los extraterrestres viajaban hacia la tierra, era similar a ésta que ahora estaba aparcada en su rellano. “Pero sin las luces”, especificó al 101.

Se supone que medidas como éstas hablan de un positivo avance de nuestra sociedad, de una toma de conciencia general, e incluso de otra muestra más de la civilidad que nos caracteriza y nos diferencia del hombre de Neanderthal que, por lo que se sabe, no discriminaba unas basuras de otras y seguramente arrojaba al césped de los parques públicos las bolsas plásticas con las que envolvía su bocadillo de atún. Sin embargo Luis, propenso al sinembarguismo, a estas alturas de las circunstancias desconfía de todo cuanto el Homo Sapiens haya creado; motivo por el cual se ha ganado el desprecio de sus iguales y en más de una ocasión ha sido expulsado de sitios en donde a él ni se le hubiera ocurrido regresar jamás.

Luis no duda de las buenas intenciones del reciclaje. Lo que le resulta un tanto paradójico es la falta de coherencia. Reciclar es importante para quienes consideran que aún se está a tiempo de salvar algo. Es como una maniobra de timón desesperada y en el último instante antes de la colisión. El intento merece la pena y es sumamente respetable desde todo punto de vista. Hasta ahí está claro. Pero por otro lado el mundo -la sociedad- se hace cada segundo más hostil. El mismo hombre que recicla es un depredador, un asesino serial. La maldad innata en el hombre moderno se manifiesta en cada esquina, en las plazas públicas y hasta en las escuelas de educación primaria. Aún así existe una extraña fe en el reciclaje. Uno puede maldecir al vecino, estrangular a su esposa, envidiar y/o incendiar la casa del tipo de enfrente o defecarse en el hambre de los pobres del Tercer Mundo. Pero si además de esto, uno discrimina la basura orgánica de otras de distinta naturaleza, entonces puede ser considerado un ser aceptable.

Desde el punto de vista de mi vecino, de nada servirán los modernos contenedores residuales sin un cambio de conciencia general. “Mientras el egoísmo, la soberbia y la prepotencia continúen intactos, seremos nosotros mismos los detritos infectos que apestarán las ciudades. Y para esto no habrá contenedor que valga”. De todos modos Luis comprende poco y nada acerca de todo. Simplemente escucha, analiza y saca luego sus propias conclusiones. A veces, para qué negarlo, con resultados que rozan el absurdo. Esta noche ha salido a tirar la basura. Camino a los contenedores se ha quitado una lagaña del ojo y ésta ha caído al suelo.

-“Oye, tu, ¿No sabes que el contenedor gris es para uñas, cabellos y lagañas?”. Y parece que es verdad. Los medios de comunicación lo anticiparon meses atrás. El contenedor gris está destinado a cenizas, polvo de barrer, uñas, pestañas, cabello y lagañas. “Fantástico”, piensa Luis con gesto escéptico, “¿Y el contenedor para la hipocresía…de qué color será”.

Walter C. Medina

Walter C. Medina nació en Necochea, Argentina, en 1971. Es periodista y crítico cinematográfico y ha trabajado en diversos medios de comunicación argentinos y españoles. En 1998 trabajó en la redacción del periódico El Atlántico (Mar del Plata, Argentina) y paralelamente condujo el ciclo de música “Polución Nocturna”, en D-Rock FM. Al año siguiente inició una sección de crítica cinematográfica en Rock & Pop Beach FM, y en esa misma emisora condujo el ciclo “Mariposa Pontiac” en 2000. En 2001 creó “Bonus Tracks”, un espacio de música y cine en Esatción K2 FM. En España colaboró con medios como BN Mallorca, YMalaga, Malaga 21, io-Fusion TV, Honey Digital Productions (Documental “Europa/Bis” realizado en Polonia) y la agencia de noticias PuntoPress. Trabajó en la cobertura de festivales de cine, de teatro y de jazz. En 2006 su artículo periodístico “La Niña del Acordeón” resultó finalista del certamen literiario que organizó en Madrid Cyan Editorial y que fue presidido por la escritora Almudena Grandes. (“Interculturalidad”. Cyan Editorial, Madrid 2006). Como colaborador, sus notas se publican en medios gráficos como Inrockuptibles, Rock.com.ar, La Red 21, Portal del Cine y el Audiovisual Latinoamericano y Caribeño, Revista Dale yPeriódico Diagonal, entre otros. 

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