Abuso léxico

Las luces navideñas ya encienden la noche de las principales ciudades europeas. Los comercios se engalanan en un nuevo y repetido ejercicio comercial que intenta captar con antelación la fiebre consumidora que caracteriza a esta época del año. Un estoico Santa Claus reparte publicidad en la puerta de una tienda de juguetes por 3o Euros la jornada. “Es poco”, dice, “pero al menos es algo y sirve para salir del apuro”.

Con casi cinco millones de desempleados, España disimula el entuerto económico y social en el que está inmerso, mediante una serie de medidas que pretenden fomentar la compra y reactivar, de esta manera, lo que algunos escépticos consideran ya inactivable.

Según datos de la Agencia Comunitaria de Estadíatica, Eurostat, la caída de la actividad comercial durante el trascurso de este 2011 ha sido del 8, 7 por ciento; un decrecimiento sólo comparable con los sufridos por Rumanía y Portugal. Sin embargo basta con recorrer las calles del centro de Madrid, Barcelona, Valencia o Málaga para comprobar que esta crisis que afecta a España, en absoluto es comparable con la que se cebó con Argentina en 2001. La comparación no es mia y es odiosa. Algunos medios de comunicación han insitido con el default argentino para ejemplificar lo que está sucediendo en España y el resto de los países de la Unión Europea. Semanas atrás, una de las principales cadenas de televisión españolas hacía referencia a aquella crisis trazando un paralelismo entre ambas, sin tener en cuenta las enormes distancias que existen entre la una y la otra.

Pero pospongamos estadísticas y comparaciones para párrafos siguientes y regresemos a la calle, a los escaparates coloridos, las luces intermitentes y los Santa Claus de jornada completa. Porque puede que aquí se encuentre la clave para diferenciar a ambas crisis, sin negar el tremendo impacto de ninguna de ellas. En España la gente compra. Hay una enorme crisis económica que se traduce en la falta de empleo, en el miedo a perder la vivienda, en las movilizaciones sociales, etc. Sin embargo aquí la gente compra. Y no estamos refiriéndonos precisamente a productos de primera necesidad, aunque sí a aquello que hasta hace no mucho tiempo se consideraba “imprescindible”. Para decirlo de otra manera diré que para quien haya vivido en primera persona la crisis que asoló a Argentina, ésta no es ni por asomo comparable. Los restaurantes siguen trabajando a salón completo, en las perfumerías y tiendas de ropa de primeras marcas, las colas en las cajas siguen siendo interminables. Lo mismo sucede con otars actividades que requieren gasto de dinero y que en absoluto podrían ser consideradas de relevancia vital. La explicación de este fenómeno podría estar en lo que entendemos por “imprescindible”.

Después del crecimiento que experimentó España a finales de los ’90 y la bonanza económica que éste le deparó, el significado de “imprescindible” mutó o, mejor dicho, se amplió de manera notable. Para quienes se acoplaron a este cambio se hizo imprescindible la adquisición de ciertos productos que hasta comienzos de la misma década no entraban en la lista de las necesidades básicas. A esta lista se sumó un caudal imparable de nuevas necesidades que se crearon con el objetivo de incentivar el consumo y transformarlo en un ejercicio cotidiano. Bajo el nombre de Centros Comerciales se crearon miles de nuevas plataformas que promovieron la compra de objetos cuyo valor traspasaba las fronteras de lo económico para convertirse en símbolos de un poder ilusorio. Fue entonces cuando la frase “Aquí se vive bien” comenzó a sonar como si se tratase del estribillo de una nueva canción popular. Sin embago entre sus sones la melodía escondía una fecha de caducidad. Primero fue el estallido de la llamada “burbuja inmobiliaria” que derivó el la subida de las hipotecas, y desde allí a esta realidad que ha convertido el sueño de una España rica en una simple fantasía.

Citando al periodista argentino Martín Caparrós podríamos decir entonces que afirmar que la actual crisis española y europea es comparable con la que vivió Argentina, es un simple “abuso léxico”. Ambas trajeron consigo un profundo deterioro social, sin embargo Argentina hacía ya mucho tiempo que conocía de memoria el significado de la palabra imprescindible.

Walter C. Medina

Walter C. Medina nació en Necochea, Argentina, en 1971. Es periodista y crítico cinematográfico y ha trabajado en diversos medios de comunicación argentinos y españoles. En 1998 trabajó en la redacción del periódico El Atlántico (Mar del Plata, Argentina) y paralelamente condujo el ciclo de música “Polución Nocturna”, en D-Rock FM. Al año siguiente inició una sección de crítica cinematográfica en Rock & Pop Beach FM, y en esa misma emisora condujo el ciclo “Mariposa Pontiac” en 2000. En 2001 creó “Bonus Tracks”, un espacio de música y cine en Esatción K2 FM. En España colaboró con medios como BN Mallorca, YMalaga, Malaga 21, io-Fusion TV, Honey Digital Productions (Documental “Europa/Bis” realizado en Polonia) y la agencia de noticias PuntoPress. Trabajó en la cobertura de festivales de cine, de teatro y de jazz. En 2006 su artículo periodístico “La Niña del Acordeón” resultó finalista del certamen literiario que organizó en Madrid Cyan Editorial y que fue presidido por la escritora Almudena Grandes. (“Interculturalidad”. Cyan Editorial, Madrid 2006). Como colaborador, sus notas se publican en medios gráficos como Inrockuptibles, Rock.com.ar, La Red 21, Portal del Cine y el Audiovisual Latinoamericano y Caribeño, Revista Dale yPeriódico Diagonal, entre otros. 

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