¿Alguna vez han llamado al número de atención al cliente de su compañía telefónica? Partiendo de esta simple cuestión, el otro día sostuve un interesante debate sobre el racismo en España. Hasta hace cierto tiempo el interlocutor al otro lado de la línea solía ser siempre un extranjero hispanohablante. Debido al gran número de quejas, esta situación cambió hasta tal punto que estas mismas compañías llegan publicitar que su personal es español de pura cepa.
Me pareció un clarísimo ejemplo de racismo empresarial, motivado por los usuarios, siendo estos un perfecto reflejo del racismo latente en la sociedad española.
Cuando, entre cerveza y cerveza, se me ocurrió decir que España era un país racista, se me echaron encima prácticamente todos los que estaban a mi alrededor. Argumentaban que somos un país de emigrantes, que hay pocos ataques xenófobos comparado con otros países de nuestro alrededor, que los extranjeros tienen las mismas oportunidades que los de aquí, que se les trata mucho mejor que en cualquier otro país europeo y que tenemos una historia de integración y mestizaje con otras culturas.
Quise aceptar todos los argumentos ofrecidos salvo este último. Nos horrorizamos cuando nos hablan de las atrocidades del nazismo, nos indignamos oyendo hablar del apartheid y nos jactamos de que en Norteamérica no quede prácticamente ni un indio.
Sin embargo, la Historia de España está surcada por continuas muestras de odio a todo aquél que no es como nosotros. Aparte del expolio suramericano y las biensabidas expulsiones de moros y judíos, quise añadir un pasaje de la Historia prácticamente desconocido para la mayoría de la sociedad. Se trata de un hecho acontecido en el s.XVIII y conocido como la ‘’Gran Redada’’.
Llegando al ecuador de dicho siglo, unos 10.000 gitanos fueron arrestados, la intención era hacerles trabajar forzosamente en astilleros, fábricas y obras públicas. Previamente esta comunidad ya había sido disgregada y reasentada por toda España con el objetivo de asimilarlos culturalmente. Sin embargo, el burocratizado Estado de aquella época funcionaba con mucha parsimonia, provocando que este reasentamiento se estancase y la mayoría de los gitanos quedasen concentrados en las grandes ciudades a la espera de un destino final.
Esta situación molestó al monarca de la época, Fernando VI, que fraguó el plan junto con otras eminencias como el reputado Marqués de la Ensenada. Cuando se llevó a cabo, resultó ser un completo fracaso, por un lado existió una gran confusión institucional, y por otro muchos de estos gitanos consiguieron huir, gracias a su gran viveza. Al final se detuvo a los que ya estaban asentados, y los que supuestamente generaban inseguridad lograron evadirse. Los que fueron llevados a realizar trabajos forzados resultaron prácticamente improductivos, se generó un aluvión de recursos jurídicos para la excarcelación de los mismos, saturando la Justicia española. Por no mencionar los tremendos gastos que suponía el mantenimiento de todos estos reos.
Pese a que en 1763 Carlos III, rey de mi devoción, emitiera un indulto, en 1783 se seguían produciendo excarcelaciones de gitanos.
Como esta curiosidad histórica existen muchísimos más ejemplos de la huella racista que existe en la sociedad española, que marcan prácticamente todos los ámbitos de nuestra cotidianidad, desde el lenguaje, hasta las festividades.
Nos gusta pensar que no discriminamos a nadie por su raza, religión o condición. Pero esto es falso, un ‘’extranjero’’ ha de ganarse nuestro respeto, mientras que a cualquier mierdecilla malintencionada orihunda de estas tierras le tragamos lo que sea. Cambiar esta situación es profundamente complejo, y no basta con buenas palabras. Que los capitanes de las selecciones de la Eurocopa digan cuatro chorradas no creo que sirva de mucho. Vale de mucho más conocer a algún inmigrante, su situación y poder llegar a considerarle amigo.