El papel de China en el nuevo contexto económico y político mundial

Occidente ve todas las atrocidades cometidas por China en materia de derechos humanos y calla

China ha sido hasta hace pocos años la gran potencia dormida, el gran lobo asiático que ha despertado en un momento fundamental en el que las relaciones geopolíticas, económicas y estratégicas marcarán el devenir de un mundo cambiante, en pleno proceso de rudimentación y mutación.

Los actuales conflictos internacionales, dotados por los actores implicados como imprevisibles pero necesarios para garantizar la seguridad global, se han estancado en un esfuerzo hasta ahora futil para dotar del espectro democrático a quien ha carecido de este ideario en los últimos años. Sumado a la grave crisis económica, el ente global se enfrenta a importantes y asumibles retos de poderosa enjundia que necesitan más que nunca de una coordinación entre Gobiernos. Todo ello exigido bajo el luminoso foco de las diferencias que marcan las políticas entre norte-sur, este-oeste, el recuerdo del ayer ante un mañana que necesita de acción, pero también de reacción.

Si hay un país que tras la caída del muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría se ha posicionado como la superpotencia sobre la que gira gran parte de las decisiones que afectan al espectro global es China. Pekín ha sabido configurar su política en torno a un eje gravitatorio similar al que tiene que emplear fuera de sus fronteras. La llegada de Deng Xiaoping al poder en la década de los ochenta marcó un surco en la propuesta maoísta. Su apertura hacia el capitalismo trajo consigo el creciente aterrizaje del consumo y la inversión en las principales ciudades chinas, dejando tras de sí un halo de corrupción que aún prevalece bajo las alfombras del Partido Comunista. El cambio de régimen en las formas de China no ocultó los modos que siguió empleando entonces, teniendo en la matanza del Tiannamenn en 1989, la triste ensoñación de un régimen marcado por la sangre. Su famoso “enriquézcanse” y el fin de las comunas de productividad se plasmó en aquella foto con Ronald Reagan en el aeropuerto internacional de Pekín.

China comenzó entonces a ser -para Occidente en general y Washington en particular- el punto rojo alejado ya de Moscú y con manos libres para dotar a las relacciones oeste-este de una algidez en las que el dólar participaba como invitado de excepción. Esa política de aperturismo capitalista ha sido continuada hasta la actualidad donde su presidente, Hu Jintao, es abiertamente proclive a la participación de Pekín como elemento fundamental en el mundo del mañana. Este dietario político ha venido orientado en gran parte por el exponencial crecimiento económico chino de los últimos años. Hasta 2008, China llevaba 26 años creciendo a un promedio anual del 9%, duplicando su PIB cada siete años. En los últimos años ha contribuido en un 10% al crecimiento mundial, medido en dólares corrientes, y en un 33%, medido en dólares en paridad de poder de compra.

Eso hasta 2008, porque en 2009, con una recesión cabalgante que ha afectado a la caída económica de todas las áreas de influencia, China sólo creció el modesto porcentaje de un 10%. Eso le ha llevado a ser ya la tercera economía mundial a la espera de alcanzar y superar en 2014-2015 a Japón como la segunda economía más importante del mundo.

Con una economía que roza la perfección evolutiva y una productividad de alta graduación que demanda trabajadores a precio de coste, sus relaciones con países ávidos de inversión es innegable e innegociable. Sin embargo, hasta qué punto Pekín puede aprovechar esa coyuntura a su favor para hacer callar las pistolas que de su matriz nacen. Virando esta idea sobre la responsabilidad mutua, la lectura radicaría en el mesianismo paragubernamental occidental: ¿Por qué las grandes potencias permiten que los derechos humanos en China se redacten sobre papel higiénico?

La política de represión no ha cesado en los últimos años y los conflictos territoriales tuvieron en las tristes fotografías de Xinjiang del hace algo menos de un año sólo un ejemplo que se ha ido acumulando en los últimos años, azuzados por la política de Pekín de cara a sofocar las pretensiones autonomistas. Hace tres años en el Tibet, las cifras oficiales hablaron de más de 100 muertos, mientras que las organizaciones y el Dalai Lama, líder en el exilio, hablaban de centenares. En junio, los musulmanes uigures aseguraron que los asesinaTos Del Gobierno habían sido más de 1.000 frente a los 200 de los que habla el Partido. Esa distancia en cifras no dista aún del discurso oficialista que aborda la mano dura como alfa y omega de una estrategia que disuada de su idea a las minorías uigures o tibetanas.

Ese desánimo a la hora de abordar las demandas internas no es sin embargo óbice para que Pekín mantenga una represión en sus políticas, ya no sólo en las disuasorias o de exigencia popular, sino también en las paraoficiales que castigan al culpable y que no reflejan el fracaso judicial que supone para el Gobierno la aplicación de estas medidas, entre ellas la pena de muerte. Según datos de Amnistía Internacional las ejecuciones en China superan las 10.000 al año, a la cabeza de países en los que aún sigue vigente este precepto de dudoso reconocimiento. Las políticas represivas han acompañado en este sentido la idea de un “patria para todos” propugnada desde los tiempos de Mao.

Si a nivel interno el Partido Comunista sabe aplicar esa ferrea defensa de los valores basándose en un desprecio absoluto por los derechos humanos, es fuera de sus fronteras donde el peso chino es fundamental en el desarrollo de un mundo que rota alrededor de una idea varada, de un capitalismo acomplejado y de una socialdemocracia en plena crisis.

Miembro activo del G8, miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (con derecho a veto) y canalizador de las ideas que surgen desde el Pacífico, no hay ningún país que haya criticado abiertamente la política que China emplea en su concepción globalizadora. ¿Qué tipo de miedo existe en Occidente para no rechazar abiertamente la ruta comunista entre Pekín y Urumqi?

Por un lado, EEUU como adalid de las libertades exige a Irán desvelar, revelar y claudicar de su intento nuclear, bajo amenazas diplomáticas y económicas, y con Israel como telón de fondo de una pared enquistada. Pero además, teme que Corea del Norte desestabilice la región asiática con sus conatos balísticos a la vez que pide rigidez a Pakistán y Afganistán para derrocar al terrorismo islamista. Si sus políticas en política exterior pasan por el respeto a la convivencia y la paz, por qué no hace lo mismo con el régimen chino. Pekín no sólo consiente las probaturas norcoreanas, sino que silba hacia otro lado mientras el Consejo de Seguridad condena unánimemente las acciones caprichosas del déspota Kim Jong-Il. Washington exige y reclama a Serbia la independencia de Kosovo o se enfrenta a Rusia por su rechazo a la de Osetia del Sur y Abjasia, pero no es capaz de abordar cortesmente la cuestión con China por el Tibet, Xinjiang o Taiwan. Pero si en lo marcial de sus acciones China quiere verse musculosa en el contexto político mundial, en lo económico ya ha empezado a cuestionar el dólar como divisa de referencia, golpe estomacal a la exclusividad burocrática de la economía estadounidense. Y mientras, EEUU observa y calla, a la vez que Europa sigue planteándose la cuestión de su política exterior: Un discurso, una estretegia, un algo.

La voz callada de Washington y Bruselas contrasta con la ceguera de Pekín, incapaz de mirarse en el espejo y no meter tripa. Ese será uno de los retos del archiobservado Barack Obama como acicate para cambiar en sus modos y formas. La etiqueta que China ha sabido atribuirse en la esfera global, debe exigir rechazar la fuerza como ejercicio de militancia. Mientras tanto, el nuevo contexto global seguirá avanzando a paso consentido.

  7 comments for “El papel de China en el nuevo contexto económico y político mundial

  1. Danilovich
    02/03/2010 at 15:42

    Coño Josu, que gran artículo!

  2. Gorgorito
    03/03/2010 at 00:48

    Cuanta verdad hay en este articulo, sobretodo en lo relacionado al miedo de Washington y Bruselas a condenar duramente el desprecio de Pekin hacia los derechos humanos. Me temo que el miedo ante este nuevo gigante economico viene dado por lo de siempre: dinero. Si Corea del Norte fuera un pais rico seguro que mirarian a otro lado tambien.

  3. Jamie
    04/03/2010 at 15:07

    Son alarmantes las cifras que das de represaliados en China. Sólo apuntar que hay más etnias y grupos religiosos repudiados en China, no sólo uigures y tibetanos, aunque son los más conocidos.

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