¿Era Bin Laden la gran cabeza visible de Al Qaeda, o era la organización terrorista un trampolín para las pretensiones wahabistas de un multimillonario yemení con delitos de sangre desde hacía más de 20 años?
La muerte de Osama Bin Laden abre importantes e interesantes cuestiones sobre el futuro de una organización que se había convertido en la punta de lanza del terrorismo internacional, con el añadido del componente religioso: la búsqueda del poder aunado con la segregación religiosa. Pero la desaparición de Bin Laden no restará ni un ápice de presencia salafista, yihadista y wahabista en el panorama de la geopolítica actual.
Es cierto que Bin Laden era el número uno de los terroristas más buscados, que era la imagen visible de la mayor célula terrorista global y que su captura se había convertido en un reto mayúsculo para los cuerpos de seguridad e inteligencia mundiales. Pero sin Osama Bin Laden, Al Qaeda no entregará la cuchara tan fácilmente.
Y es que es poco posible que haya cambios sustancialmente en la estrategia del terror que Al Qaeda ha fabricado en las últimas dos décadas. En primer lugar, por extensión: ha germinado estructuras y células durmientes en Pakistán, la península arábiga y franquicias de calado en Iraq y el Magreb. Eso ha hecho que la organización cuente con un brazo ejecutor mayor, tenga un alcance geográfico más extenso y poderoso y, quizás lo que es más pernicioso: tenga una madurez ideológica de la que carecía hace una década.
Pero muerto el perro, la rabia quizás no desaparezca. La estructura claramente vertical de Al Qaeda se mantendrá, no sólo intacta, sino fortalecida con la más que previsible presencia de Ayman Al-Zawahiri como nueva cabeza visible de la organización. Doctor de formación, fue el encargado de radicalizar a Bin Laden durante los años ochenta y llevarle por la senda del wahabismo, que el propio terrorista yemení se encargó de encolerizar tras el fin de la guerra fría.
Sin experiencia política, Al-Zawahiri es un personaje estrictamente religioso pero muy próximo a las ideas de los Hermanos Musulmanes. Y ahí es precisamente donde radica el peligro ideológico del médico egipcio. Según los expertos, él es el ideólogo de lo que posteriormente ha sido Al Qaeda, tanto en el fondo como en la forma. Los cientos de ejemplos son una prueba irrefutable de ello: desde su participación en la muerte del expresidente egipcio, Anuar el Sadat, hasta las múltiples torturas que ha sufrido por su participación en movimientos islamistas tanto antes como después de la invasión soviética a Afganistán, germen principal del yihadismo.
Pero la posible debilidad de Al Qaeda no radicaría en ningún caso en un aplacamiento ideológico. Todo lo contrario. Al Zawahiri ha reconocido en infinidad de ocasiones su odio visceral por los chiíes iraníes, los judíos, los cristianos e incluso los musulmanes que no aceptan sus preceptos. Todo ello, provocó que Bin Laden tuviese un papel más ornamental que ideológico tras la fusión de las organizaciones más proclives a la yihad global a finales de los ochenta.
Con la muerte de Bin Laden, EEUU y su presidente, Barack Obama, no sólo han desmontado la figura icónica del islam más radical, sino que han arrancado de un disparo en la nuca la cabeza visible del movimiento. La oculta, y que sin embargo saldrá ahora a relucir, intentará mantener la calma de sus huestes. Por ello, lo peor que podría hacer Occidente es llenarse de una euforia que, a buen seguro, Al Zawahiri intentará aplacar de la mejor forma que sabe: matando.