No hace falta ser un iluminado para comprender que palabras como democracia, libertad y justicia, son simples conceptos, teorías que no llevamos a la práctica. Sin embargo la injusticia sí que representa una realidad que nace de un término. Por su parte la democracia -esta democracia que se rige por los intereses mercantiles de unos pocos- representa otra de las grandes payasadas de este circo global en quiebra.
Vivimos gobernados por grandes poderes económicos y políticos de cuyos entresijos apenas tenemos una pálida idea. Algunos quisiéramos saber quién dirije el circo. Hay gente convencida de que las largas y extenuantes jornadas de trabajo, las enfermedades, las guerras y la vida hipotecada, forman parte de un plan siniestro ideado por una secta que gobierna el mundo. Puede que los directivos de las multinacionales se pongan de acuerdo para controlar la política de países de Africa y América Latina con el fin de apoderarse de sus recursos naturales; esto es ya una realidad que casi nadie ignora. Puede que más de una guerra (o tal vez todas) hayan sido apenas una excusa para lograr el mismo fin; puede, incluso, que el hombre jamás haya pisado la luna y que todo aquello fuera nada más que una simple pantomima televisiva de los norteamericanos para impresionar a los rusos. Lo cierto es que este sistema que hace aguas por los cuatro costados, que produce guerras y miserias en el tercer mundo; e hipotecas, precariedad laboral e ignorantes poderosos en el primero, no es producto de la conspiración de ninguna secta. Es más probable que la ambición por la riqueza y la estupidez que caracteriza a esta triste raza a la que pertenecemos, sean las causas de tanta tragedia. Los grandes empresarios pretenden hacerse ricos del modo que fuere, defecándose en la ética y en la estética. Los políticos, por su parte, saben que siguiéndoles el juego a estos peces gordos y asumiendo una reservada complicidad, recibirán un pedazo de la gran tarta que en estos casos suele repartirse. He ahí la verdadera conspiración. La suma de todas esas pequeñas, medianas o grandes conspiraciones, es lo que produce que todos y cada uno de los grandes adelantos tecnológicos -y otras sartas de inutilidades- no nos conduzcan más que a la infelicidad absoluta, a que tengamos que seguir trabajando como esclavos para ganarnos la vida, a que las guerras continúen siendo rentables, a que haya cada vez más descontentos e indignados, deprimidos, ofuscados, prepotentes, retardados y asesinos a sueldo.
Definitivamente no se trata de conspiraciones a escala global dirigidas por un Maquiavelo trajeado. Se trata de la perversa búsqueda de beneficio propio de algunos despreciables seres que no suelen plantearse las repercusiones que pueden tener sus bajezas. Si sumamos todas esas acciones obtendremos la respuesta a interrogantes como por ejemplo por qué hay 1000 millones de personas que pasan hambre en el mundo, por qué trabajamos como locos para apenas mantenernos con vida, o por qué lo hacen otros tantos millones de pequeños que cosen zapatillas durante 14 horas diarias aún sabiendo que su futuro es la desesperanza.