El coche enfilaba la enésima curva mientras ante nuestros ojos caía un atardecer rojizo, el sol todavía se alzaba sobre las estribaciones montañosas de la costa mediterránea en que terminan los Pirineos y en el mar el contraste para nosotros: un cielo gris, apagado, sin un foco de luz que iluminara lo recién leído. Al menos, a nuestra derecha y en una abrupta pendiente, veíamos la preciosa bahía de Roses, Cadaqués, la pequeña cala donde Dalí pintaba en sus años de retiro…
El camino nos llevó al Cap de Creus, el final de la península, y el final de la historia, como cierto intelectual se atrevió de forma ilusa a predecir, también estaba ahí fuera. Escrito en la pagina de un libro, el “apocalipsis pronto”, en palabras de Noam Chomsky, ocurrirá en nuestro tiempo y para argumentar esta exposición, el pensador cita palabras del ex-Secretario de Defensa Robert McNamara calificando los últimos años de la política de proliferación de armas nucleares de Estados Unidos como “inmoral, ilegal, militarmente innecesaria y atrozmente peligrosa”, lo que habría creado “riesgos innecesarios para las demás naciones y la nuestra”. Leo también que unos de sus sucesores, William Perry, dirigente durante la Administración Clinton, afirmaba en las mismas conferencias de La Habana 2002, la existencia de “una probabilidad superior al 50% de un ataque nuclear contra blancos estadounidenses en menos de una década”. Nos quedan dos años para que el azar sea benevolente con ellos y tan fatídico presagio no se cumpla. En mi mente aparecen también los intentos de la Administración Bush durante 2005 en la revisión del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) de retirar los frenos nucleares, lo que habría supuesto un preocupante movimiento hacia la conversión de estas bombas en armas legítimas para hacer la guerra. Washington, en esa época, llegó a contemplar la posibilidad de una respuesta atómica a ataques de otra naturaleza, como los químicos o biológicos.
La realidad de las últimas semanas parece haber dado un giro copernicano a las reflexiones surgidas durante la pasada semana santa. Estados Unidos y Rusia acaban de firmar la renovación del difunto START (Strategic Arms Reduction Treaty), que establece que ambos países deben quedarse con 1.500 cabezas nucleares con sus respectivos misiles de medio y largo alcance, movimiento precedido por un cambio en la doctrina de la guerra nuclear estadounidense. La nueva política del Presidente Obama, Nuclear Posture Review, pretende limitar el uso de estas armas a “circunstancias extremas” mediante la renuncia a fabricar nuevas cabezas nucleares, realizar pruebas con este armamento o buscar nuevas capacidades para el mismo. El segundo factor, quizás incluso más decisivo, es la promesa de no usar, ni amenazar con usar, armas nucleares contra países que no las posean hayan firmado el TNP y cumplan sus obligaciones, incluso aunque atacaran suelo estadounidense o de sus aliados. Pero el documento es lo suficientemente ambiguo para afirmar que las armas nucleares son el “propósito fundamental” de la disuasión, en vez de poner “único”, para beneficio de la seguridad mundial. Y las manifestaciones públicas de los principales dirigentes de ese país, véase Barack Obama o Robert Gates, Secretario de Defensa, afirmando respectivamente, que la mayor amenaza es “el terrorismo nuclear [cometido] por extremistas violentos y la proliferación nuclear en un creciente número de países”. Y que con Teherán o Pyongyang “todas las opciones están sobre la mesa”. Todo ello apunta a un endurecimiento del discurso de Washington en referencia a los dos principales contenciosos nucleares abiertos en la sociedad internacional.
Esta semana, en Estados Unidos, casi 50 líderes mundiales se reunirán en un conferencia sobre seguridad nuclear donde los casos iraní y norcoreano estarán sobre la mesa (el propio Obama ya afirmó ante Medvedev en la firma del tratado que la comunidad internacional impondrá sanciones más duras a Irán), y en breve, comenzarán las negociaciones para renovar y actualizar los términos del TNP. Las desigualdades de trato a los diferentes países, participantes o no, para acceder a la energía nuclear, lo que posibilita que parias internacionales como Corea del Norte se busquen la vida por su parte o que Irán, firmante, ocultara durante años sus programas energéticos provocando la desconfianza actual que impera sobre sus intenciones; la falta de un organismo internacional que de forma regulada enriquezca uranio para atender las necesidades estatales o internacionales y evitar así las proliferaciones regionales; la vulneración por parte de las grandes potencias a la hora de ayudar a terceros, algo que vulnera el TNP (el ejemplo de EEUU a India es el más reciente pero no el único, como mencionaremos después); o la falta de un control estricto en el movimiento de estos materiales dentro de fronteras tan porosas, descontroladas y/o extensas como las rusas o pakistaníes son asuntos capitales para abordar en pos de un mundo más seguro y tendente a la desnuclearización. Este último punto es especialmente importante ante la posibilidad real de que grupos terroristas yihadistas obtengan estos materiales y fabriquen una bomba sucia, de consecuencias devastadoras para una toda una ciudad o región. Y la reacción del país afectado ante un atentado terrorista de este tipo, si contase con armas nucleares o un poder militar considerable, sería impredecible y trágica.
Las cancillerías de hoy tienen la posibilidad de encauzar un camino perdido tras el fin de la Guerra Fría y comenzar a sentar compromisos vinculantes para sus sucesoras, además de ofrecer soluciones veraces y legítimas para abordar amenazas a la seguridad internacional (los contenciosos iraní y norcoreano, el arsenal pakistaní ante la inestabilidad de este país y el conflicto de Cachemira, las guerras encubiertas de Rusia con varias de sus repúblicas y vecinos en el Caúcaso). Pero hay un asunto igual de importante que éstos, y por desgracia no va a estar sobre el tapete. El arsenal nuclear no declarado nunca por Israel y construido gracias a la ayuda francesa, que además de suponer una disuasión ante cualquier injerencia militar de un país árabe en el conflicto palestino, es un factor añadido de proliferación regional. Hasta un total de 13 países de la zona están interesados en obtener, o lo han intentado o están en proceso de conseguir, tecnología nuclear para generar energía o para la desalación. Entre ellos hay desde aliados a enemigos, como por ejemplo Turquía, Egipto, Arabia Saudí, Argelia, Libia, Siria o Irán. En la revisión del TNP del 95 se solicitó la creación de una zona libre de armas de destrucción masiva en Oriente Medio. Tel Aviv apoya formalmente la propuesta, que incluye armas químicas, biológicas y nucleares, además de misiles balísticos, pero el primer paso para que ocurra es una paz regional que solucionara según la legalidad internacional el conflicto palestino y el árabe-israelí, y eso parece hoy muy lejos, gracias a Netanyahu y la clase política israelí.
de que tienes miedo??
No entiendo
¿Realmente quieres armas nucleares en manos de Zapatero, Rajoy o el que se ponga? Yo prefiero ni pensarlo