Mientras la euforia se instala en el equipo de Mitt Romney con su victoria en las primarias de Arizona y Michigan, último frente antes del trascendental super-martes de la próxima semana, el desgaste se instala progresivamente en el Partido Republicano con un proceso de primarias que se prolongará durante más de un año.
Desde la presentación de candidaturas, allá por agosto del año pasado, hasta la elección del frontrunner que se enfrentará con Obama, que será a finales de agosto en una convención en Tampa, se han sucedido victorias, derrotas, decepciones y acusaciones. Cada candidato ha intentado demostrar con creces su conservadurismo, en algunos casos extremo, hacia un electorado que parece no tener claro quién es el mejor posicionado para desbancar al Partido Demócrata de la Casa Blanca. Es lo que tiene la democratización del candidato. Es un camino transparente, pero muy largo, donde las luchas por el poder se suceden y donde las opciones por uno u otro favorito, Santorum o Romney, se han decantado por el conservadurismo de su discurso, no por las propuestas que tengan en mente. Además, la elección no ha sido unánime, sino que las aristas se han ido levantando conforme avanzaba el proceso de primarias.
Y mientras tanto, Obama no sólo llegará fresco a la cita presidencial de noviembre, sino que ha aprovechado este tiempo para lanzar medidas que hagan aflorar económicamente al país, pero que a la vez le den un impulso ante un electorado que, según las encuestas le prefiere a él. Sea quien sea el candidato republicano definitivo, Obama le ganaría por un amplio margen de entre un 10 y un 15%. Si esos resultados se confirman, después sí sería el momento, con tiempo por delante, de elegir a un candidato sólido de cara a 2016.