‘’En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejercito Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado.
El Generalísimo Franco
Burgos 1º abril 1939.’’
Con este parte se daba por oficialmente concluida la Guerra Civil española, no es de extrañar que fuese firmado en Burgos.
Mi localidad siempre ha sido conocida por ser una ciudad ‘’de curas y de militares’’. Fue considerada la Capital de la Cruzada Nacional contra el marxismo y aquí se asentó la cúpula militar golpista en el 36. A principios de los 70, Burgos se hizo mundialmente conocida por ser el lugar donde se dictaron las últimas condenas capitales del Régimen Franquista. Repetidos atentados de ETA han marcado la historia reciente burgalesa. En esta capital castellana, desde la llegada de la Democracia, los partidos tradicionalmente de derechas son los que han sacado siempre más votos.
Con estos antecedentes he de decir que éste no es el ambiente en el que yo crecí. Quizá abochornados por un pasado tan sesgado, quizá por la proximidad y el intercambio cultural constante con el País Vasco, la enseña nacional siempre ha sido motivo de controversia aquí. Los movimientos juveniles más extendidos eran de corte izquierdista e independentista castellano. Esto se reflejaba en el fútbol, en los bares y en las calles. Todo aquel que llevase una bandera de España era considerado un ‘’facha’’.
Sólo había un día al año en el cual se sacaban las banderas rojigualdas a los balcones sin ánimo de provocar a nadie ni ser provocado, y ése era el día del Curpillos. Esta festividad acontece a primeros de junio, y en ella se saca por delante del Monasterio de las Huelgas el pendón que arrebatamos a los moros en al batalla de las Navas de Tolosa, luego va todo el mundo al parque del Parral a emborracharse y a comer chorizo, careta y morcilla. Después de tan selecto acontecimiento, las banderas se volvían a guardar hasta el año siguiente.
Este año las cosas han cambiado, al día siguiente del Curpillos, las banderas no desaparecieron como es costumbre, sino que ya llevan prácticamente un mes ondeando en las ventanas, y aumentando su número con profusión.
Parafraseando a un exministro y expresidente del Congreso, ‘’manda huevos’’ que todos los complejos apocopados que hemos sufrido en nuestra identidad nacional tras dos siglos de luchas fraticidas, hayan desaparecido por el fútbol.
Las calles de mi ciudad están plagadas de banderas. Si Don Joan Laporta o Don Arnaldo Otegui viniesen a comer cordero, probablemente sufriesen un shock anafiláctico. También es cierto que no he visto ni una sola bandera con el pollo.
Según tengo entendido esto que está ocurriendo no es exclusivo de Burgos. Por fin no nos avergüenza decir que somos españoles, que tenemos unos símbolos democráticos asentados y aceptados, que las heridas lentamente van cicatrizando.
En la final de la Copa del Rey, hubo una pitada colectiva motivada e incitada por la provocación de la vieja guardia nacional. Si vamos poquito a poco, si controlamos a estos perros ladradores que propagan el odio, si tratamos a la gente con respeto y sobretodo si Andresito sigue metiendo goles, es probable que algún día nadie se avergüence de decir que es español.