Don Estanislao Figueras, barcelonés de nacimiento y primer Presidente del Poder Ejecutivo de la República española, exclamó en el Consejo de ministros en su catalán vernáculo: “Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!”.
Así comenzó el fin de la primera y única intentona federalista de la Historia de España. Es evidente que la I República española estaba condenada al fracaso desde casi su nacimiento. La Tercera Guerra Carlista, la crisis económica, la Guerra de Cuba, el cantonalismo y, en general, el descontento y desconcierto de la población por la perenne inestabilidad patria, minaron este fugaz amago republicano. Sin embargo, si queremos buscar antecedentes del federalismo en España, es lo único que mínimamente se puede parecer a ello.
En la actualidad se nos vende el original régimen autonómico en que vivimos como un rotundo fiasco por el despilfarro, los recelos y la desigualdad que se genera entre las diversas comunidades. Las ansias secesionistas catalanas nos empujan a un modelo federal como término medio para evitar la disolución de nuestro país. Toda mi vida me he mostrado partidario de un modelo federal que representase a los pueblos ibéricos de una manera más fehaciente que el actual autonomismo. Un federalismo que legitimase la cohesión nacional por la voluntad de los pueblos de un futuro común mejor. Un federalismo en el que todos nos sintiésemos identificados y representados. No obstante, a día de hoy, en el que tal posibilidad parece un poco más real que en toda mi vida, veo una serie de problemas con, más que difícil solución, ardua y laboriosa solución.
Por un lado nos encontramos con un problema doctrinal, subsanable, pero nunca está bien empezar cojeando. Por Estado federal se entiende a aquel grupo de entidades (naciones), que se asocian y delegan una serie de derechos propios, en aras de una unión que les haga ser más fuertes en un contexto internacional. Nos encontramos con que una serie de “entidades independientes” se juntan para crear una nación o Estado federal superior. Nunca en la Historia han existido estas mismas en el territorio peninsular de forma autónoma. Muy por el contrario, ha sido el Estado central el que se ha descentralizado para dar paso a nuestro actual modelo. Por poner un ejemplo, Aragón nunca ha sido independiente del resto de España, siempre ha estado unido a otros territorios, ya sea físicamente, o bien políticamente. Todos los reinos altomedievales aspiraban a ser el rex hispaniorum, incluso el imperator hispaniorum. Es decir, en este caso no son las partes las que conforman un todo, sino el todo el que delega en las partes. Sin embargo, este defecto de forma no tiene porqué ser óbice para alcanzar la meta federal, pero ya tenemos la primera piedra en el camino.
Un problema más serio sería la estructuración del territorio. No creo que cupiesen las autonomías uniprovinciales en el marco de los Estados federales, salvo Madrid por su capitalidad. La reestructuración de las regiones tendría que abarcar no sólo un ámbito funcional, sino un ámbito ideológico y de similitud cultural. Cabría abrir la puerta a una unión entre el País Vasco y Navarra. Sería interesante la creación de un Estado asturleonés. Se tendría que estudiar la vuelta a Castilla de Cantabria y La Rioja. Habría que ver la forma de integrar Murcia o de ampliar la misma. Un mundo de posibilidades necesarias estaría al alcance de nuestra mano. Por otro lado, los conflictos serían constantes y por supuesto que sería imposible contentar a todo el mundo, pero fácilmente sería un reparto territorial más equitativo que el actual, donde nos encontramos comunidades más grandes que países de la UE y otras de un tamaño tanto territorial como poblacional insignificante.
Este cambio habría venido motivado por otro que sería imprescindible, la reforma del Senado. Al margen de tener que dotarlo de capacidad para ser realmente el órgano representativo territorial, habría que cambiar el sistema por el que se elige a los senadores. Es decir, la circunscripción electoral cambiaría de la provincia al Estado federado, teniendo que tener cada uno de ellos, en principio, la misma representación en esta Cámara. De aquí viene la necesidad de crear estos Estados de la forma más equitativa posible. Está claro que sería necesario habilitar un mecanismo para que las posibles desigualdades que se fuesen produciendo tuviesen su representación en el Senado, si embargo debieran ser bastante rígidas, para que esto no fuese un “descojono” continuo.
Se ha criticado profundamente la duplicidad de instituciones en el sistema autonómico, y es muy probable que los mismos problemas acuciasen el nuevo modelo federal. Sin embargo habría que ver qué competencias serían delegadas al Estado central, ocurriría justo al contrario que ahora, que se anda rateando cada competencia por banal que esta sea, además de que en este modelo federal todos los Estados miembros deberían delegar las mismas competencias, no pudiendo haber unos adelantados y otros no.
Sólo he querido dar unas pinceladas sobre los principales cambios que habrían de acometerse para poder llevar a buen puerto un modelo federal, pero práticamente habría que reformar toda la Constitución. Debido al “cristo” que esto supondría, sería conveniente crear un poder constituyente y redactar una nueva, dado que la complejidad de los cambios haría que hubiese tantas lagunas y resquicios jurídicos que generarían confusión, teniendo al Tribunal Constitucional en perpetuo desarrollo de la jurisprudencia, siendo, a fin de cuentas, este mismo el que actuara veladamente de poder constituyente.
En mi opinión, este cambio de modelo no conllevaría un apaciguamiento de las aspiraciones nacionalistas catalanas, dado que, como ha quedado demostrado en repetidas ocasiones, el nivel de autonomía que se les conceda es irrelevante para los mismos siempre que el resto de regiones españoles puedan alcanzar el mismo. No quieren tener un Estatuto de Autonomía, lo que quieren es que el resto de regiones no lo tengan y así poder sentirse especiales. Les gusta el Estado integral de II República, en el cual existía una contraposición entre regiones periféricas y el resto de España.
Aunque sería apasionante y ciertamente beneficioso para aunar es espíritu nacional mucho tiempo atrás perdido, creo que la reforma hacia un Estado federal sería tan complicada y generaría tantas tensiones, que habríamos de ser muy cautelosos a la hora de proponerla. Además, teniendo en cuenta la pericia y saber hacer de nuestros políticos actuales, es probable que esto acabase como el rosario de la Aurora. Salvo que ocurriesen hechos de notable relevancia que pusiesen en peligro nuestro actual sistema, o que hubiese un consenso general, o que las circunstancias históricas hiciesen que no hubiese otro camino, creo que lo más prudente y oportuno sería profundizar, perfeccionar y asentar nuestro denostado modelo autonómico.