Como la mayoría de los españoles, mi educación se vio marcada por la religión católica. Cuando de pequeño te ibas a la cama rezabas un padre nuestro, mi abuela nos llevaba a mis primos y a mí a misa los domingos por la mañana, estudié en un colegio de curas, pasé innumerables y tediosas horas en catequesis en la parroquia del barrio. Bautizos, comuniones, confirmaciones, bodas, funerales. Ritos para cada momento de la vida.
Cada acto público o festejo tenía su referencia al Todopoderoso, a los santos o la Santísima Virgen María. Incluso paseando por cualquier rincón de España tienes referencias de la Santa Iglesia hasta en el rincón del monte más perdido de la Península.
Se entiende por tanto que el espíritu del artículo 16.3 de la Constitución no sea declarar España un país laico, sino simplemente decir que ninguna confesión será la oficial del Estado y hacer referencia especial a las relaciones con la Iglesia Católica.
Sin embargo, creo que existen unos límites que no se han de sobrepasar. La cooperación con las creencias religiosas de la sociedad no puede suponer imponer unas creencias en la fase formativa de la juventud española; tampoco han de financiarse con dinero público medidas para la propagación de dichas creencias; y mucho menos han de parcelarse cuotas de la legislación a favor de una moral imbuida por la religión. Y eso es lo que está haciendo el PP en el año que lleva en el poder.
La modificación de la Ley del aborto y la nueva reforma educativa, vienen a engrosar el número de leyes y preceptos de nuestro ordenamiento que tienen un profundo carácter religioso. Si en un país musulmán se condicionase la legislación de esta manera en base a preceptos básicamente religiosos, les llamaríamos fundamentalistas, pero aquí les llamamos conservadores o demócratas-cristianos.
Y es que existen una serie de prebendas a favor del Vaticano que hacen que el mentado artículo de la Constitución quede en agua de borrajas. A lo ya mencionado, me gustaría añadir los efectos civiles que tiene el matrimonio canónico, siendo ésta la única religión con este derecho; o la posibilidad de destinar parte de tus impuestos a favor de la Iglesia Católica, siendo ésta la única religión con este derecho; o bien el hecho de que los sacerdotes o ministros de culto perciban un salario del Estado y estén afiliados a la seguridad social por la realización de una actividad a todas luces improductiva, siendo ésta la única religión con este derecho; pero lo que resulta realmente sangrante es el tema de las inmatriculaciones. El art. 206 de la Ley Hipotecaria permite a la Iglesia Católica poner a su nombre propiedades inmuebles sin título de dominio, sólo con la mera certificación de tal hecho del funcionario de turno, que no tiene por qué saber de qué le están hablando, equiparándose a las administraciones públicas, siendo ésta la única institución, persona jurídica o fundación o lo que se os pueda ocurrir con este derecho.
Todo este favoritismo viene justificado en que en España la religión mayoritaria, la tradición cultural y la voluntad del pueblo es claramente católica. Y viene fundamentado en el Concordato firmado por Franco en 1953, y se podría decir modificado por los acuerdos con la Santa Sede de 1979, pero prefiero decir ratificado por dichos acuerdos.
No obstante, aunque la religión mayoritaria en España sea el catolicismo, yo veo las iglesias vacías, monjas sudamericanas y sacerdotes con más años que Matusalem. Y es que por un lado, la gente ya no cree en la Iglesia, cree en Dios y en la bondad humana, no en que un cura deba decirte cómo vivir la vida. Por otro lado, la crisis de vocación viene motivada en que a los curas ya no les da para vivir “como curas” y en que la homosexualidad ya es algo más que tolerado en esta sociedad.
Aunque España haya sido país tradicionalmente católico, también ha sido un país con una larga tradición de apostasía, laicismo y tolerancia (por períodos) con otras religiones. Así que el argumento de ser la espada de Roma es algo desfasado y obsoleto.
La base de la moral católica es algo que no debemos perder, pero sí mantener en un segundo plano, y que toda esta teología, alejada de la realidad social, no pueda inmiscuirse en el marco legislativo bajo ningún concepto. Se ha de favorecer que aquellos religiosos que trabajen por el bien común, puedan tener un sustento, pero en el mismo plano que cualquier voluntario de una ONG. Ha de ser primordial una educación ecuánime con el fenómeno religioso, y que no primen unas ideas frente a otras. Se ha de favorecer que cualquiera pueda profesar su religión como le venga en gana, pero sin tener la aspiración de que otros comulguen con sus preceptos.
Adonde quiero llegar a parar es básicamente a dos puntos. La realidad del Estado aconfesional es algo injusto e inviable. Existe una necesidad imperiosa en aras de vivir en un país donde realmente se respete la libertad religiosa, de modificar la Constitución para crear un Estado laico. Por otro lado, alertar de que el PP, como siempre que puede demuestra, es un partido profundamente influenciado por lo más rancio del catolicismo, la Iglesia, Opus Dei, Legionarios de Cristo, y demás congregaciones, es decir, meapilas intolerantes odiagomas.