El presidente de la República Francesa, Nicolás Sarkozy, arremetió en el Foro Mundial de Davos duramente contra los banqueros por su comportamiento indecente y por su actitud especuladora. Sarkozy parece no amilanarse ante nada ni nadie en estos últimos tiempos, como si fuera Napoleón Bonaparte, más aun si tenemos en cuenta que el auditorio estaba plagados de presidentes de bancos y multinacionales a los que espetaba la necesidad de refundar y moralizar el capitalismo.
Es evidente que el presidente galo tiene mucha razón al realizar dichas declaraciones y acusaciones pero también es verdad que en el momento de auge previo a la llegada de la crisis muchos políticos como él comulgaban ampliamente con las bondades del laissez faire y la no interferencia gubernamental. Era una época de optimismo, crecimiento del PIB y del empleo en las economías occidentales que venía muy bien en las urnas a los políticos contrarios no sólo a la intervención sino simplemente al arbitraje de la economía de sus países por parte de sus máximas autoridades económicas. Esto mismo sucedió en EE.UU, Gran Bretaña o incluso en España, donde vivimos una burbuja inmobiliaria la cual ningún político se atrevió a descalificar duramente por sus perversos efectos a largo plazo, ya que todos se fijaban únicamente en los beneficios a corto plazo que generaba, y en la euforia especulativa del ladrillo que se había desatado en la sociedad española. Mientras todo en España circulaba en torno al ladrillo, nuestra estructura productiva en otros sectores se mantenía estancada ya que la inversión y el crédito se encauzaban en mayor medida al sector de la construcción y el inmobiliario. Claro que esto no solo se daba en España sino que también en EE.UU, que agravo el problema con el perverso desarrollo de complicados derivados financieros que el propio oráculo de Omaha, Warren Buffet, llamo “armas de destrucción masiva para la economía”.
Por lo tanto, quizá Sarkozy no sólo debía haberse mostrado crítico con los bancos sino con la actitud pasiva de las autoridades económicas de cada país que con anterioridad al estallido de dicha crisis por no preveieron o no quisieron abordar un posible enfriamiento del crecimiento de las economías nacionales a corto plazo de cara a aplicar reformas estructurales de las mismas con la finalidad de conseguir a largo plazo un crecimiento económico sostenible. Desde luego, dichas medidas podrían no haber sido bien recibidas por los agentes económicos a corto plazo pero podrían haber evitado el colapso y caída de las economías que tan doloroso ha sido para millones de ciudadanos.
El reconocido economista John Kenneth Galbraith finalizaba su obra “El crack del 29” escribiendo lo siguiente:[.......] “La salvación a largo plazo nunca ha sido tomada en alta estima por los hombres de negocios si ello conlleva trastornar la vida ordenada y conveniente del presente. Por ello, nos vemos avocados a la inacción en el presente aunque esto represente serios problemas en el futuro. En esto -al igual que en el comunismo- reside la amenaza al capitalismo. Es aquello que lleva a los hombres conscientes de que las cosas van muy mal a decir que van fundamentalmente bien”. Y podemos decir que en esta última crisis mundial, no solo han caído en la actitud descrita por Galbraith los hombres, de negocio sino también el actual, y anterior presidente de la reserva federal de los EE.UU, los distintos organismos encargados de la vigilancia de los mercados financieros así como todos los líderes de las principales economías occidentales.