Esta crisis ha mostrado que los mercados de capitales ya no son sólo nacionales o comunitarios. El auge de internet y la mayor facilidad de acceso a la información, la mejora de las interconexiones aéreas, marítimas y terrestres, el incremento de las clases medias acomodadas, la cada vez mayor interconexión de los bancos en todo el mundo y proliferación de los infinitos productos de inversión que se han creado desde finales de los años noventa han producido un mercado mundial de capitales, bienes y servicios interdependiente y muy complejo. A estos problemas, hay que unirle un tercero que requiere de prontas soluciones, la falta de regulación y supervisión a niveles supranacionales, tanto de las empresas como de los productos.
En el último año, la afluencia de capitales desde los países desarrollados hacia las economías emergentes ha sido como una estampida. Tras el rebote de todos los mercados durante el segundo y tercer trimestre de 2009 las reacciones de los diferentes mercados mundiales han sido bastante variadas; aunque en general, han seguido la tónica marcada por los datos macro-económicos nacionales. Mientras en España la deuda soberana alcanza cotas históricas sin precedentes se prevé que para 2010 el producto bruto mundial experimente un incremento del 4,25% tras una contracción del 0,5% en el 2009. Tanto este año 2010 como los próximos venideros seremos testigos de un crecimiento débil y rezagado de las economías avanzadas frente a las economías emergentes, las cuales, se espera recobren los niveles de crecimiento pre crisis. En el caso de España los organismos internacionales pronostican que seremos el único país cuyo PIB no ascenderá en 2010 en términos porcentuales.
Mientras tanto, en Estados Unidos la recuperación de los mercados parece estar siendo más rápida de lo previsto. No obstante, las cifras de desempleo siguen siendo poco alentadoras y hasta que éstas no empiecen a revertir la tendencia de destrucción de empleo que han seguido durante todo el 2009 no podremos hablar de una recuperación plena.
Europa está tambaleándose ante los efectos de las políticas expansivas de gasto público que algunos Estados miembros han llevado a cabo. Así, la política monetaria expansiva del BCE, consistente en la bajada de los tipos de interés para que las familias y las empresas adquirieran créditos más baratos ha resultado nula e ineficiente en países como Grecia, Portugal, Irlanda y España donde las deudas contraídas por las administraciones públicas han absorbido gran parte del dinero que tenía que haber ido a parar a las familias, los emprendedores y las empresas. Por otro lado, en la mayor parte de los casos esas emisiones de deuda están siendo dedicadas a gastos en vez de a inversiones. Además, la falta de decisión y consenso de los Estados miembros, con Francia y Alemania a la cabeza, para llevar a cabo un plan conjunto de salida de la crisis es el reflejo de una Europa que avanza descoordinada y a dos velocidades.
En los próximos años tanto los EEUU como Europa están abocados a reinventarse a sí mismos y la única vía posible parece ser la de centrarse en el ahorro y la exportación de bienes y servicios.
Es posible que las inmensas cantidades de capital que han sido inyectadas en las economías emergentes supongan un nuevo ciclo de auge y caída pues por paradójico que parezca el final de una crisis suele coincidir con los primeros brotes de creación de nuevas burbujas especulativas. Los inversores internacionales han puesto su mirada en países como China, India y Brasil. Países con una fuerte demanda interna que además son exportadores y que en los últimos 20 años han experimentado unos cambios productivos y sociales sorprendentes.
No obstante, estos países todavía se encuentran a cierta distancia de los niveles de vida europeos. En Europa durante los años 80 y 90 creamos unos modelos de Estados del Bienestar que de seguir tal cual están serán inviables en el largo plazo debido a los significativos y marcados cambios demográficos esperados de aquí al 2050. Los europeos disfrutan hoy en día de los niveles de vida más altos del mundo. Así lo muestran logros pasados tan importantes como la sanidad, la educación pública y las pensiones. En el futuro, se espera que la población europea envejezca notablemente. Así lo demuestran algunos datos extraídos del Eurostat que pronostican que la proporción de jubilados sobre la población pasará de un 17% en el 2008 al 29,9% en el 2050, y en el caso de España, aumentará hasta el 35,6% a mediados del siglo XXI. Asimismo, el número de personas europeas en edad de trabajar disminuirá desde el 67,2% de la población al 56,7%. Esto significa menos capital humano, y por lo tanto, menos producción, con los actuales sistemas sociales de pensiones y sanidad esto supondrá subidas de impuestos muy importantes o cambios estructurales de gran calado en las bases organizativas y laborales de nuestras sociedades.
El camino que queda por andar para lograr un mundo menos volátil con crecimientos sostenibles es largo pero parece tener una vía trazada hacia la creación de unas normas e instituciones internacionales que se encarguen de la supervisión y control de los riesgos generados por las grandes empresas, y sobre todo, de las entidades financieras. Quizás no se logre impulsar un cambio global antes de que acabe esta crisis, pero la próxima, será una nueva oportunidad. Y la verdad, no dudo en que pronto llegará otra crisis pues al fin y al cabo también forman parte del ciclo de la vida.
O nos ponemos a jinchar como conejos o vamos a tener que estar trabajando hasta los 80 años. Sólo se me ocurre una solución…los inmigrantes, que trabajan y cotizan omo todos y encima tienen tasas de natalidad más elevadas que los españoles.