Hartos de la crisis

La reciente inmolación a lo bonzo de un ciudadano israelí constata la desesperanza humana y la evolución de una crisis económica de cinco años en una crisis social. En Tel Aviv, Atenas, Atlantic City o Galway la pérdida de poder adquisitivo, la ausencia de oportunidades para la generación de jóvenes mejor preparada del mundo occidental, el paro o los embargos hipotecarios a las familias son tragedias que avanzan como las dunas del Sáhara, imparables e inexorables a la voluntad humana. En el Magreb y parte del mundo islámico la crisis es también política bajo el nombre de Primavera Árabe.

Desesperanza e indefensión ante el tsunami de ajustes son sentimientos presentes en la ciudadanía, como reconocen los psicólogos sociales, pero también el hastío por la falta de oportunidades y las pobres perspectivas económicas.Un quinquenio de hundimiento económico que ha derribado bancos, gobiernos y por último Estados soberanos aunque los primeros en caer, y curiosamente uno de los principales causantes de la Gran Recesión, son los primeros en ser rescatados. Falta por ver si están salvados de la quema porque la embarcación aun no se encuentra en tierra firma y su deriva sangra los balances y deja paulatinamente cadáveres financieros en la orilla.

Cauterizar la hemorragia bancaria con miles de millones no ha frenado una infección que afecta a las personas. Por eso, no extraña que por ejemplo en España la preocupación ciudadana por la evolución de la crisis alcance un récord según el último barómetro del CIS, el Centro de Investigaciones Sociológicas. Nueve de cada diez adultos califican la situación económica como mala o muy mala, lo que supone el mayor porcentaje en la serie histórica de esta encuesta. Las reacciones ante esta coyuntura dependen de cada persona según los piscólogos. La desesperanza puede llevar a la parálisis pero, a su vez, el hastío nos empujaría a modificar nuestros hábitos y vivir el momento para salir de la espiral negativa y cambiar nuestra situación laboral.

La falta de ingresos por la ausencia de un puesto de trabajo impide atender las necesidades básicas, como el hogar o la alimentación. Si tomamos la pirámide de Maslow, ante esto poco importa si el coche no se puede cambiar o las vacaciones son una quimera y suicidos como el del comerciante tunecino que dio origen a la revolución de ese país o la más reciente del israelí no deben extrañarnos. Para más de un 80% de los españoles el trabajo es la otra gran preocupación, una cifra que seguro podría extenderse de California a los Urales. Así que, según los psicólogos, buscamos apoyo en nuestro entorno más próximo. Sin embargo, la realidad del paro, de las congelaciones salariales, de la incapacidad de nuestros políticos para hallar soluciones frena los optimistas impulsos. En España, los políticos son el tecer elemento de mayor preocupación según el CIS porque observamos con inquietud la incapacidad de la clase dirigente para resolver nuestros problemas.

El cambio en las decisiones económicas personales también se aprecia en las últimas noticias procedentes de Grecia. Sus habitantes retiran dinero de los bancos diariamente y lo destinan a la compra de víveres de primera necesidad ante la posibilidad de que el país salga del euro y surja un nuevo dragma. Un sociólogo de la Universidad de A Coruña constata que “la crisis económica se convierte en una crisis social y es aquí donde podemos hablar de materialidad de la crisis”, no en su la prima de riesgo sube o baja. La gente no solamente está harta de las malas políticas o de la corrupción, estaría harta de las espadas de Damocles que suponen amenazas constantes como la salida o expulsión del euro o del rescate internacional. Y esto lleva, en palabras del experto coruñés, a “la creación de una atmósfera de pánico, que podríamos llamar miedo-ambiente”.

La rueda de molino de la crisis gira sin descanso y pone en marcha el discurso catastrofista para que entren en juego como irreversibles, según el sociólogo, los ajustes adoptados contra la crisis, ante los que los ciudadanos poco podemos hacer. La toma de conciencia política y las protestas ciudadanas, coinciden psicólogos y sociólogos, es una vía de escape que de forma paulatina y pese a los altibajos coyunturales gana fuerza en la mente humana como reacción al hartazgo de la crisis.

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