Artículo de lujo

“La estupidez en los pobres pasa casi inadvertida, pero en los ricos es algo que resalta mucho”
(Aquiles Nazón)

“Pobre del que sólo tenga dinero”, solía decir mi abuela sin dejar de remendar los mismos calcetines una y otra vez, en una escena que a mi memoria se le antoja cotidiana. “Rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita”, sentenciaba entonces mi abuelo, el dueño de los calcetines, acoplándose a ese sempiterno ejercicio; el de citar -siempre y cuando viniera a cuenta- alguna máxima inmortalizada en el refranero popular.

La crisis económica que asola a España y a Europa es la materia prima de los informativos que, en un esfuerzo por no repetirse, tratan el tema desde todos los ángulos posibles. El abanico de posibilidades que la crisis ofrece como noticia es tan vasto que abarca por igual la situación a la que se enfrentan quienes se ven imposibilitados de pagar su hipoteca, la desolación de los desahuciados, el paro, la nueva ola de emigrantes (esta vez españoles que se van a probar suerte a otros países), el incremento de familias que viven en condiciones de pobreza, etc. Pero la semana pasada, quizás creyendo ya trillados todos estos argumentos, la inventiva de algún jefe de redacción le dió a la crisis una nueva vuelta de tuerca. “Los ricos también sufren”. El titular -que bien podría ser el nombre de algún culebrón venezolano- salió de la boca de uno de los periodistas y presentadores más laureados de este país, propenso -según convenga- a tirar del refranero popular o a jugar con las palabras con el fin de darle al informativo de la noche un toque de ingeniosidad verbal que, según con qué ojo se mire, puede resultar de un patetismo inconmensurable.

Tras una breve introducción que ahondaba en estadísticas y otros datos tan relevantes como innecesarios, el presentador dió paso a la noticia propiamente dicha. La voz en off fue entonces la encargada de narrarnos las desdichas de algunos millonarios que, debido a la profundización de la crisis económica que afecta a España, “han tenido que desprenderse de ciertos artículos de lujo”. La primera imagen -o el primero de estos artículos- era un yate de recreo abandonado en Puerto Banús, Málaga. Gracias a la pericia del cámara, los espectadores pudimos acceder a las entrañas mismas de esa embarcación que, según el narrador, tenía un valor aproximado de un millón y medio de Euros; pudimos ser testigos de esta cruel realidad que afecta a muchos millonarios de este país. “Este barco lleva un año abandonado debido a que sus dueños ya no pueden pagar el anclaje en este puerto deportivo. Y como podemos ver, el deterioro ya comienza a hacerse notorio”. La cárama continuaba su periplo por los elegantes pasillos del yate, nos enseñaba luego una sala de juegos, una piscina, un baño con jacuzzi incorporado y otros tantos artefactos de esos que los ricos necesitan. Finalmente la estadística volvía a ocupar la voz en off para cerrar esta primera parte del informe. “Al menos cien embarcaciones de lujo han sido abandonadas en el último año en la Costa del Sol”.

El listado de bienes que los millonarios se ven forzados a abandonar continuaba en el hangar de un aeropuerto. Aquí la imagen era “absolutamente desoladora” y el relato cobraba un cariz acorde a la circunstancia. Una interminable hilera de jets privados sin mantenimiento alguno, sin dueños que de tanto en tanto los echen a volar hacia una u otra isla, sin azafatas que ofrezcan champán, sin hombres de negocio efectuando el correspondiente brindis. “Hay aviones de alta gama de particulares que ya no pueden pagar la tasa aeroportuaria. Una veintena de jet privados están sin uso o arruinados por el abandono”. Como si se tratase de una trágica noticia, una música lúgubre acompañaba las imágenes de estos aparatos devenidos en chatarra.

Pero a la lista de artículos de lujo -tal como la voz en off denominaba a cada uno de estos bienes en desuso- abandonados por los ricos, se le agregó otro con el que se pretendió completar esta suerte de trilogía (de errónea, de faláz trilogía). La cámara hacía foco ahora en un establo para mostrar ese otro “artículo” por el cual he decidido -con rabia, con asco- escribir esta columna. Allí, famélicos y a la espera de una muerte liberadora, al menos seis caballos a los que la voz en off categorizó “de lujo” eran la representación misma de la brutalidad, la imbecilidad, la prepotencia y la soberbia de una infamia llamada riqueza. “Son caballos que valen mucho dinero”, remataba el guión de este informe nefasto realizado por seres humanos carentes de toda sensibilidad, tan absorbidos por lo mercantil que les resulta imposible diferenciar entre un ser vivo y un montón de tornillos.

Walter C. Medina

Walter C. Medina nació en Necochea, Argentina, en 1971. Es periodista y crítico cinematográfico y ha trabajado en diversos medios de comunicación argentinos y españoles. En 1998 trabajó en la redacción del periódico El Atlántico (Mar del Plata, Argentina) y paralelamente condujo el ciclo de música “Polución Nocturna”, en D-Rock FM. Al año siguiente inició una sección de crítica cinematográfica en Rock & Pop Beach FM, y en esa misma emisora condujo el ciclo “Mariposa Pontiac” en 2000. En 2001 creó “Bonus Tracks”, un espacio de música y cine en Esatción K2 FM. En España colaboró con medios como BN Mallorca, YMalaga, Malaga 21, io-Fusion TV, Honey Digital Productions (Documental “Europa/Bis” realizado en Polonia) y la agencia de noticias PuntoPress. Trabajó en la cobertura de festivales de cine, de teatro y de jazz. En 2006 su artículo periodístico “La Niña del Acordeón” resultó finalista del certamen literiario que organizó en Madrid Cyan Editorial y que fue presidido por la escritora Almudena Grandes. (“Interculturalidad”. Cyan Editorial, Madrid 2006). Como colaborador, sus notas se publican en medios gráficos como Inrockuptibles, Rock.com.ar, La Red 21, Portal del Cine y el Audiovisual Latinoamericano y Caribeño, Revista Dale yPeriódico Diagonal, entre otros. 

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