Mourinho ha querido aferrarse al personaje, a esa imagen icónica que él mismo -y su entorno- han proyectado a lo largo de los últimos años y que tanto le ha glorificado en una excelsa trayectoria en diversos banquillos. Y en ese discurso, él, y sólo él, es el único que gana o pierde. Él es el incomparable en su capacidad de juzgar, decidir, apuntar o brillar. Mourinho contra todos, o por delante de todos. Eso sí, el orden de los factores no los determina la pelota. Viene pautado por la dirección en la que sopla el viento, por las conspiraciones que alrededor de su figura parecen generarse, por el ruido de truenos.
La reacción de Mourinho en la rueda de prensa posterior al encuentro ante el Barcelona ya no sorprende. Mourinho desprecia no sólo la forma, ahora también el fondo. Habla de conspiraciones, usurpaciones, burocracias futbolísticas que favorecen a otros poderosos, y, lo que quizás para el aficionado sea más grave: coloca la interrogación en los títulos que el prójimo logra. Pone en solfa la capacidad de sus rivales para desmontar el fútbol que practican sus equipos y por tanto, su función como gestor.
Pero el ruido de fuegos artificiales que lanza el portugués no queda ahí. Mourinho ha querido deslegitimar el juego del Barcelona a lo largo de las últimas temporadas con infinidad de ejemplos. Estuviese su bunker en Londres, Milán o Madrid, su objetivo no sólo ha sido hacer frente al juego rival desde el tapete, sino desmontar las virtudes del prójimo a través del ensalzamiento de las suyas propias. Para ello no ha ahorrado recursos. Mourinho se ha sentido cómodo en el cuerpo a cuerpo, minando la capacidad de sus homólogos, árbitros y contrarios, sacando la bayoneta y prodigando a los cuatro costados que él es el único capacitado para acabar con la masonería futbolística que, según su ideario, reina sobre en el césped.
Sin embargo, el portugués con sus palabras ha avalado el único discurso plausible en el campo. Quizás sin quererlo, cuando ha encarado partidos de este calibre, sólo la pelota le ha dado o le ha quitado razón. Mourinho habla bajo los altavoces institucionales, pero la pizarra resta peso a sus palabras. No aborda lo anoréxico de su ataque, lo raquítico de un planteamiento que busca minimizar sus recursos para maximizar el tesoro o la manera en la que administra el poder homérico que ha tenido allá donde ha aterrizado.
Parece que Mourinho utilizase los clubes como coraza que agrande su obra. No importa si su discurso está legitimado o si le conduce de facto al éxito, pero sus palabras, la propaganda y la contrapropaganda que lanza son estériles cuando es el fútbol el que prima. Y en ese terreno, la estrategia de Mou es más artificial que nunca.
Vaya tío más lamentable, ¿cómo se puede llorar tanto? pero, ¿a los madridistas no les da vergüenza o qué?