Es tan sólo una analogía de lo que desde hoy vive el planeta, convertido, durante el próximo mes, en un foco de atención mundial hacia Sudáfrica. Ese país que, paradojas del dichoso concepto global, fue durante años nefasto símbolo de la exclusión y el apartheid es, en este mes, el epicentro babeliano de la convivencia futbolística. Desde hoy Sudáfrica no será un país más, será la sede que entronará las miradas de millones de espectadores ávidos de inquietud, lo que en parte también le otorgará la posibilidad de conocer desde la propia experiencia si ha llegado el momento de gestar la reconciliación y romper profundamente con el pasado más reciente. Ese que aún sigue provocando la vergüenza de sus fagocitadores.
Porque un Mundial de fútbol no es un mero acontecimiento deportivo más. Logra conjugar todos los valores que actualmente emanan de la sociedad globalizada: elementos de participación multipolares pero a la vez configurados como cuerpos concretos y organizados en un entorno geográfico que desde hoy es Sudáfrica. Para catapultar esos valores, el balompié ha destacado como un actor de peso. Ha lanzado, quizás en su máxima exponencia, la globalización como un proceso necesario en el que participan valores clásicos como el esfuerzo, el sacrificio o la solidaridad, con piezas de nuestra era como la mercadotecnia, el marketing o Internet.
Sin embargo, el fútbol actual no se podría entender sin la pasión que desata. No es necesario vivir desde el olor que desprende el césped recién cortado, la emoción que emana en cada una de sus acciones. El fútbol es muy capaz de juntarnos a todos bajo el amparo de diversos sentimientos: felicidad, decepción, compasión, alegría, admiración. Pero también recoge la posibilidad de profundizar en lo artístico, en lo bello o en lo cruel. El fútbol, en definitiva, como un acompañante más de nuestras vidas, facilitadas en esta ocasión por el papel que la Era de la Información desempeña en nuestro bienestar.
Desde hoy, todos los aspectos que el fútbol trae consigo no son necesarios apreciarlos con un chut o recibiendo una entrada violenta. La aldea global nos permite ver los 64 partidos del Mundial sin poner un pie en el suelo o conocer las estadísticas más profundas de los casi 700 jugadores, protagonistas únicos de esta sátira del gol. Todo ello, bajo el auspicio de los burócratas del deporte que mantienen el statu quo del mismo bajo jugosos contratos con Adidas, Nike, Coca Cola o Mastercard, de un tiempo a esta parte, auténticos dirigentes del establishment deportivo del Siglo XXI.
Quizá por ello, y sólo quizás, muchos han identificado el fútbol como la nueva droga de una sociedad narcotizada. Como la excusa perfecta de una indolencia que nos paraliza en ocasiones. Y puede ser que no les falte razón, pero prefiero pensar que el balompié no nos aleja de lo que podemos ser o deseamos conseguir. Simplemente a través de él puedes alcanzar la felicidad que supone celebrar un tanto o conocer la decepción que surge tras caer eliminado, quién sabe, si de forma injusta.
Por eso prefiero admirar desde la emoción a los protagonistas que cabalgarán para la consecución de un título mundial, como siempre, muy cotizado por un ramillete de todopoderosas y maravillosas selecciones nacionales que aúnan en sus combinados a los mejores jugadores del mundo. En la actualidad cualquiera no puede ganar un Mundial. Es una gloria aguardada para quien sabe gestionar sus mejores recursos, aprovechar las vicisitudes que siempre le han engalanado y obtener esa pizca de suerte que en las grandes competiciones, uno necesita tener. Eso, y que sobre todo, el balón entre.
Porque me resisto a que otros me cuenten si el arquero levanta los puños tras una gran intervención, si el defensa no sabe celebrar el gol que ha marcado y al que no está acostumbrado, si el medio sufre el desgaste de la presión o si el delantero llora cuando ha errado la oportunidad de pasar a la historia como el nuevo genio del fútbol mundial.
En esta parodia de la vida que a veces es el fútbol, España llega a Sudáfrica dispuesta a entronizarse como la nueva potencia mundial que nunca ha sido. Admirada por todos, y elevada por muchos, su fútbol no dista demasiado de lo coral, ha adquirido la madurez necesaria y conoce el éxito que la Eurocopa de Austria le otorgó. Además, posee un puñado de los mejores futbolistas planetarios, aquellos que sintonizan la mejor melodía con lo artístico de sus movimientos, jugadores que, como en el Barcelona a nivel de clubes, han conocido el valor de lo bello para dotar de mayor relevancia el precio del éxito. Quizás sólo la propia incógnita de la grandilocuencia española, puede triturar su sueño.
Pero si el escepticismo existe, es precisamente porque el fútbol merece de la desconfianza. También estará Brasil, y su medida capacidad de atribuirse la brillantez, aún cuando adolece de ella; Argentina, y la aptitud de su seleccionador para dejar que sean sus fabulosos atacantes quienes le vuelvan a permitir tocar el cielo. Pero que nadie se olvide de la Inglaterra de Capello, formada por conocedores perfectos de las directrices del fútbol británico y la herencia del feo ganador que les exige desde el banco, o de la Alemania del fútbol metalúrgico, el que nadie reconoce pero pocas veces uno sabe hipnotizar. Todo ello, unido a la contradicción que supone el fútbol italiano, enfrentado a la realidad estética de su nación, o a la incógnita que siempre supone el africano, ante la renaciente cultura del balompié en el continente negro.
Por eso mismo, desde hoy quiero ver a Messi gambetear con el balón cosido a su diminuto pie, mientras escupe rivales que penetran en su diagonal; o a Cristiano Ronaldo, correr como un patinador mientras carga su potencia ante el temor del portero; o a Xavi trazar la visión octogonal que planea en su superlativa concepción del juego. Y cómo perderse también a Robinho intentar infinitas filigranas circenses, al Rooney más asilvestrado buscando un gol o a la melena rubia de Forlán que sueña con el recuerdo de Alcides Ghiggia, y la gloria uruguaya.
Está claro entonces que la retina de la visión global estará instalada desde hoy en el reducto sureño de esa África que lucha por ser uno más, que anhela la posibilidad de avanzar en su autonomía, que quiere dejar de desangrarse económica, social y políticamente. Puede ser que a partir de ahora tenga su oportunidad. Hasta saberlo, sólo nos queda disfrutar de lo que comienza. Y eso es fútbol. Y es maravilloso.
Fútbol, muchísimo fútbol!!!!!
Fantástica narración, enhorabuena. Comparto tu emoción y me praparo para ver todos y cada uno de los partidos. Qué suerte trabajar desde casa!