El discurso de Firth

Hay muchas maneras de hacer cine. Hay cine de entretenimiento (el de palomitas y efectos digitales), intelectual (de sala pequeña y butacas vacías), de calidad artística (en donde importa el cómo) o de calidad de guión (en donde importa el qué) y por supuesto el carente de calidad (donde importan la promoción o la subvención). Hay mil maneras de enfocar un largometraje, y además la mayoría de ellas se puede combinar entre sí. ¿Uno de los mayores desafíos? Mezclar a partes iguales la calidad y la aceptación del público.

Recientemente me acerqué a unos buenos cines en los que proyectan películas en versión original subtitulada, dos conceptos raramente compatibles (la calidad de la sala y la versión original, quiero decir). Lo hice con la intención de ver hasta qué punto El discurso del rey era simplemente una película correcta o se trataba de una gran película. Daba por sentado el nivel de su interpretación, en manos de Colin Firth y Geoffrey Rush apoyándose en papeles más secundarios de Helena Bonham Carter, Guy Pearce o Michael Gambon. Tampoco dudaba de una correcta ambientación histórica. Me quedaba por comprobar si había algo más. Básicamente quería saber si el guión y la dirección eran lo suficientemente buenos como para darle empaque a una historia aparentemente intrascendente y, lo más complicado, hacerla entretenida. No necesité ni la cuarta parte de los 118 minutos de metraje para rendirme a su director, Tom Hooper, por haber sabido dónde estaba la clave para llevar su obra a ese escaloncito superior que no alcanzan muchas otras buenas películas que se quedan en un quiero y no puedo. Sin ir más lejos su ópera prima, la agradable The Damned United. Lo que Hooper tuvo claro, o esa es mi impresión, es que tenía que emocionar al espectador. La corrección técnica y artística tenía que servir como simple acompañamiento al punto fundamental de su obra, la emoción. ¿El entretenimiento? Si consigues atrapar al espectador a través de sus emociones no tienes que preocuparte de que se aburra. ¿Quién se aburre mientras se emociona? Eso sí, es una jugada arriesgada, porque uno depende así al cien por cien de la empatía. No me cabe duda de que quien no conecte con el tartamudo Duque de York encontrará este largometraje largo y soso, puede que incluso realmente aburrido. Es una de esas películas en las que si uno no se siente identificado con su protagonista está perdido. ¿Y no es siempre así? No exactamente. Para eso están las explosiones, los efectos digitales,  el volumen alto, los chistes groseros y el 3D. Si estás lo suficientemente entretenido desde un punto de vista superficial, ¿qué importa no sentir nada más profundo? Como si matan a los protagonistas en el minuto treinta y los sustituyen por robots. En resumen, dos lecturas diferentes del concepto “emocionante”.

La clave para conseguir que el espectador se deje llevar la encuentra Hooper en la sobrecogedora interpretación de un brillantísimo Colin Firth que ya debe de haber elegido dónde colocar la estatuilla dorada. Este Oscar no se lo quita nadie. Por un lado porque se lo merece y, por otro, porque la competencia es limitada. James Franco puede darse por satisfecho con la nominación. Jeff Bridges no va a repetir después de hacerse con el premio el año pasado. Tan sólo Jesse Eisenberg, por la repercusión de La Red social, y Javier Bardem, que tiene a Hollywood en el bolsillo, se postulan como posibles sorpresas. No obstante, el soberbio trabajo de un Firth que ya tiene en el zurrón el Bafta, el premio del sindicato de actores y el Globo de Oro por este papel, huele a caballo ganador para cualquiera con medio dedo de frente. Todo sea que la Academia sorprenda con una de esas excentricidades que comete cada pocos años y me tenga que tragar mis palabras.

El Jorge VI que se nos presenta en esta historia no es un personaje simpático. Es remilgado, introvertido, soberbio e irascible. Pero son precisamente todos esos defectos de su personalidad los que hacen que, al descubrir al ser humano inseguro, traumatizado y netamente bueno, el espectador se rinda a su sufrimiento y se deje conducir por sus sentimientos hasta el último segundo de la película. Sufriendo cuando él sufre y soltando un suspiro de alivio en los escasos momentos en los que ese personaje, capaz de ahogarse en un vaso de agua, saca la cabeza a flote. Es la capacidad de Firth para contagiar el sufrimiento lo que le da ese valor añadido a la película. El espectador comparte tanto sus situaciones de agobio que se olvida de racionalizar la situación. También la mano de Hopper es importante aquí para que el agobio por tener que dar un discurso por la radio, o decir unas palabras durante la coronación, cobren más importancia que la muerte de un rey, la abdicación de su hijo mayor e incluso que el estallido de la Segunda Guerra Mundial.

En definitiva, Hooper y Firth hacen aquello que sólo consigue el buen cine, emocionar al patio de butacas. Emocionar en el sentido de conmover, no en el de divertir. Porque a veces el cine tiene que ir más allá de estimular la vista y el oído y debe buscar más adentro. Un objetivo tan noble se merece un premio y, en el caso de El discurso del rey, es más que obvio cuál va a ser.

  1 comment for “El discurso de Firth

  1. 27/02/2011 at 15:19

    Muy buena peli. Estoy intentando hacer una buena sesión de pelis candidatas, de momento El Discurso del Rey, Valor de Ley me han encantado, Cisne Negro y The Fighter me han poarecido buenas pelis, La Red Social es entretenida y el resto me da pereza, pero estamos en ello.

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